martes, 8 de marzo de 2016

Adelina









Dedicado a una mujer irreal, una relación ficticia, que pasó su corta e intensa vida intentando demostrar que no fue lo que los malpensantes creían.



-¡Tú calla la boca, so mala pécora!
-¡Ya no voy a callarme nunca más!
-¡Calla! o te parto la cara!
-Tú, ya no me partes nada…
-¡Qué cierres el pico, he dicho!
-Me voy, me llevo a mi hijo, me voy a vivir con mi madre…
-¡Tú de aquí no te mueves!
-Mañana mismo me voy, bueno nos vamos…
-Me cagüen la madre que te…, de esta casa no sale nadie.
-Mamaaaa…
-Que se calle ese mocoso o le parto la cara…
-No le toques o te las verás conmigo…
-¿Contigo?
-Sí conmigo, ya no me das miedo…
-¡Maldita sea! Todavía no has aprendido que aquí se hace lo que yo diga.

Ring, ring, ring…

Llaman a la puerta.

- ¡Abre de una puñetera vez!
-¡Policía!
-¿Qué quieren a estas horas?
Estamos aquí tranquilamente cenando colegas…
-Hemos venido porque hemos recibido una llamada de un menor pidiendo ayuda.
-Debe de ser un error, agente, aquí no pasa nada, mi mujer y yo estábamos organizando las vacaciones de navidad.
-Eso, eso, nos vamos a esquiar a Candanchú, interviene Adelina
-Eso es mentira señor agente, mi padre, todas las noches cuando llega a casa, nos grita y nos maltrata, sobre todo a ella.
-No le haga caso…, ve mucho la tele, este niño.
-No veo la tele, en esta casa sólo ve la tele él.
¡ Mire mi espalda…!
-¡Qué barbaridad! ¿Quién te ha hecho eso?
-Él, me lo ha hecho él.
-¡Están detenidos!
-¿Qué vas a hacer hombre..., mira mi placa, no ve que soy colega suyo?
-Eso ya lo explicará usted en comisaría…
-No haga caso al niño señor policía, que no sabe lo que dice…
-Sí, sé lo que digo perfectamente, madre y tú también.
-El niño nos lo llevamos también. No te preocupes chaval estarás bien.

Adelina llora desconsoladamente al separarse de su hijo y le promete que se reunirá con él lo antes posible.
El insurrecto con la cabeza gacha insulta al policía, y le dice que se le va a caer el pelo por detenerle…

Adelina nació en el seno de una familia muy humilde, en un pueblo extremo, pobre y sin recursos.
Los padres eran jornaleros del campo, eran muy pobres, ni siquiera tenían casa, vivían en un corral con suelo de tierra y teja vana.
Vivían padres e hijos todos hacinados en el corral, junto con su herramienta de trabajo: el burro.
Dormían en un jergón hecho con hojas de maíz al lado de una lumbre pobre, que olía a ajos asados.Y, dormían todos arrebujados, padres e hijos.

La madre siempre estaba enferma, era como un ángel andante de ojos claros, tez muy blanca y pelo escaso, moreno, muy repeinado, pegado a la cabeza y recogido en un moño bajo.
 De aspecto angelical siempre iba impecablemente vestida y limpia, nadie podía imaginar que viviera en un corral.
Adelina, era todo lo contrario a su madre era una chica hermosa y lozana, alta y de ceñida cintura; la cara bella, ovalada, el cutis muy blanco y jugoso, siempre con chapetas que indicaban una buena salud.
Su pelo rubio trigueño, le llegaba hasta la cintura, recogido en una cola de caballo alta, sus ojos eran de color verde claro…, y tenía  la boca pequeña, siempre pintada de rojo carmín.
No podía entenderse como Adelina podía salir de aquel corral tan bella con sus suéteres ajustados, su minifalda plisadita de color azul celeste y sus zapatos de tacón.

Caminaba siempre Adelina masticando chicle, por las calles de aquel pueblo extremo, llano, tórrido y sesteante, muy segura de sí misma… riendo, cantando y contoneando sus caderas, dispuesta a disfrutar de todo lo bueno y divertido de la vida.
 Era un poco picaruela y divertida, y cuando pasaba cerca de un grupo de chicos zangolopinos, se quitaba un zapato, y sacaba del talón una peseta roñosa de color verdoso y desgastada…, disimuladamente la tiraba al suelo, y gritaba:
 ¡Se me ha caído una peseta!
 Se agachaba para buscarla, enseñando sus bragas con volantes de encaje a los chicos, los cuales abrían los ojos como platos... Pues ya se sabían la cantinela de Adelina, y sabían que lo de tirar la peseta lo hacía a propósito para enseñarles sus bonitas bragas nuevas.

Lo que era un juego para ella para los chicos pueblerinos era una provocación.
Al final acababan todos arremolinados buscando la peseta y, ella, riendo a carcajadas le daba un empujón al que se propasaba, y así se pasaba un rato divertido, jugando, provocando y rechazando a los chicos.
En el baile siempre tenía cola para bailar, pues era sabido que Adelina se arrimaba más que las demás chicas, ella no era como las demás mozas mojigatas del pueblo.... Disfrutaba bailando, y lo hacía de la manera más sensual posible, le gustaba imitar a las grandes estrellas de cine.

Cuando cumplió los dieciséis años decidió marcharse lejos de allí a trabajar.
 A su madre le dijo que se iba del pueblo porque el pueblo se le quedaba pequeño para ella, que quería ser artista.
 Y, al poco tiempo de estar allí le envió a su familia una foto de perfil, muy bella, enormemente maquillada y con un lunar encima del labio superior, con los ojos maquillados de verde esmeralda y con enormes pestañas postizas.
Su madre, orgullosa, enseñaba la fotografía a las vecinas... Las vecinas murmuraban entre ellas: Esta Adelina... siempre ha sido muy artista...

 Su llegada a la gran ciudad no no lo tuvo fácil, tuvo que buscar trabajo de sirvienta, porque lo de ser artista de la noche a la mañana no era factible, pero en estos menesteres, de empleada de hogar, trabajó poco tiempo… porque  ella quería ser artista…
 Y, la bella Adelina comenzó a frecuentar el barrio Chino, allí conoció a chicas del espectáculo de varietés, y poco a poco se fue metiendo en ese mundillo.
A su madre le escribía hermosas cartas dónde le contaba que era la primera vedette de un artista muy conocido.
Cuando iba al pueblo en verano, le decía a sus amistades que tenía fotos de sus mejores momentos como artista del Paralelo, pero que esas fotos se las quitó su exmarido cuando se casaron.
 Ella, intentaba demostrar a los vecinos que había sido artista... y que no había llevado una mala vida como insinuaban algunas personas.
Porque algunos aseguraban que la vieron en el barrio chino trabajando en un garito de mal pelaje, haciendo striptips y bailando semidesnuda para viejos verdes.
Qué más daba, si era o no era verdad que fue bailarina en un teatro, o si hacía striptips en un tugurio, su aspecto era fabuloso y su madre la veía bella y feliz en la fotografía, que más daba como se ganara la vida...
Adelina dormía de día y vivía la noche..., de bailarina, como insistía ella. Una de esas noches de baile, humo y copas se acercó a ella un hombre, serio y amable y le dijo que la sacaría de allí si se casaba con ella.
 Ella, echó una enorme carcajada, y le dijo, lo que le decía a todos cada noche..., acordándose de un cuento que le contaba su padre en aquel pueblo seco y extremo dónde vivió ella cuando era pequeña:
¿Y, por las noches qué harás…?
El hombre confuso se quedó pensando, y muy agudo, al fin contestó:
- Dormir y callar, dormir y callar...
-¡Ah! Contigo me he de casar…-le contestó ella-

El hombre era un policía, que iba vestido de paisano, y que se había enamorado locamente de la belleza carnal de Adelina.
 Se casaron un domingo de primavera, ella iba radiante con su vestido de novia, un poco ceñido, realzando su escultural cuerpo y con un precioso velo que enmarcaba su cara de muñeca.
Ningún familiar acudió a la boda, era un viaje muy largo y su familia no tenía posibles para asistir.
 Al poco tiempo el policía pidió el traslado a otra comunidad para que nadie reconociese a su esposa y la relacionase con la mala vida.
Adelina era muy buena esposa, muy cariñosa y complaciente con su marido, y él le regalaba joyas: sortijas y cadenas de oro... que ella lucía como ninguna...
Al poco tiempo se quedó embarazada y el marido comenzó a controlarla cada vez más..., y comenzaron los celos infundados y las prohibiciones:
Estaba prohibido reírse en alto cuando pasaran cerca de un grupo de hombres, le había prohibido ponerse minifalda y pintarse. Fumar en público, llamar a sus antiguas compañeras de trabajo de la noche, y menos aún si se trataba de compañeros.
Si alguna vez se le escapaba un gritito de júbilo, cuando paseaba junto a él por la calle, el marido le daba un fuerte pellizco en el brazo, de tal manera que tenía los brazos llenos de moratones, por esa razón siempre procuraba llevar media manga.
Cada vez salían menos a la calle, nunca iban al cine, ni iban a bailar, no tenían amigos, ni se relacionaban socialmente con nadie.
Sola, y encerrada en casa en vida, a menudo sacaba de la cómoda una caja de puros, donde guardaba sus tesoros como decía ella, y miraba y remiraba sus fotos de vedette que  tenía allí escondidas... y dos grandes lagrimones rodaban por su bella y lozana cara.
El marido despreciaba a la familia de Adelina , por esa razón nunca fue a visitarla al pueblo.
Cuando tuvo a su hijo no pudo tener la ayuda de nadie porque su marido se negó a ello. Con el niño, sola al principio, no se desenvolvía muy bien pero lo quería y lo cuidaba como ninguna.
Perdió su bonita cintura y engordo desmesuradamente…, aun así ella estaba bellísima y su cara volvió a resplandecer al amamantar a su hijo.
El marido celoso de esta relación tan estrecha entre madre e hijo la obligó a trabajar.
Ya está bien de holgazanear, le gritó una mañana antes de irse a trabajar, y le buscó un trabajo de ayudante de cocina en un convento.
Tuvo que mandar a su niño al pueblo, y se lo crió su madre a duras penas con la mala salud y con el poco dinero que les mandaba el yerno desconocido.
Adelina en el convento rápidamente se hizo popular entre las monjas y tenía buena relación y bromeaba con el jardinero, comenzó a tener una vida propia, y volvió a ser ella misma: alegre y jovial.
Este estado le duró poco, hasta que el marido la vio un día hablando de forma jocosa con el jardinero.
La obligó a dejar el trabajo y entonces ella le imploró que le trajera a su hijo, tras muchas súplicas accedió.
El bebé se había convertido en un niño lánguido y enfermizo como la abuela, pero poco a poco su madre fue trasmitiéndole vitalidad y energía.
Vivían en un piso en un barrio de Madrid, en Campamento, en un edificio solitario al lado de un descampado, lleno de basuras y coches desguazados.
La casa era pequeña y tenía poca luz, era un piso interior, pero estaba limpio y ordenado, y siempre tenía, junto a la bailarina de ganchillo que su madre le había hecho un ramo de flores silvestres que Adelina recogía en el descampado.
En cuanto a la relación con su marido, el día a día se convirtió en un calvario para ella y para su hijo, paliza va y paliza viene y fuertes amenazas que la tenían cohibida y había anulado por completo su alegre personalidad.
Hasta que un día el niño, ya con once años cumplidos, en una trifulca que había montado el padre a la madre, tuvo la acertada idea, en un momento de ofuscación del padre, de llamar a la policía porque se había vuelto más loco de lo habitual, estaba fuera de sí, y su madre presentaba un aspecto cianótico, a punto de  ser estrangulada.
Al llegar la policía Adelina negó los maltratos de su marido por miedo a futuras represalias...
Pero el policía al ver los moratones en la espalda del niño se los llevó a los dos detenidos..., y al niño lo metieron en un centro de acogida.
Enseguida soltaron a Adelina pero no fue a buscar a su hijo al centro de acogida por miedo a que su marido al salir de la cárcel la pagara con él.
Tuvo que ganarse la vida durante ese tiempo como pudo, algunos malpensados decían que la veían pulular por la calle Montera. Pero eso no era cierto volvió al convento y la volvieron a contratar.
 Si se la vio por la calle Montera era porque visitaba a una amiga que se había venido del pueblo y vivía allí en una pensión de mala muerte.
 Al salir de la cárcel el marido, le llegaron los malintecionados rumores, consiguió echarla de su casa y decidió irse a vivir al pueblo, por entonces sus padres ya habían muerto.
Desde allí, ella seguía manteniendo una muy buena relación con su hijo, le escribía y le llamaba por teléfono a menudo.
El chico tenía poca salud: flaco, débil y paliducho pero era buen estudiante. Por esta razón Adelina prefirió que continuase en ese colegio gratuito porque era la única manera que su hijo estudiara y pudiera tener una vida mejor que la de ella.
El hijo fue a la universidad, estudió derecho por las noches, después de trabajar duras jornadas como taxista.
Se convirtió en un excelente abogado y eso llenaba de orgullo a su madre. Era la primera persona en su familia que había estudiado y que había hecho una carrera.
Adelina se quedó a vivir en el pueblo y comenzó una relación con un vecino, solterón, buen chico, enfermizo y poco hábil socialmente.
Pero se entendieron muy bien y consiguió sacar a Juan, que así se llamaba, del ostracismo, y le tenía limpio, limpísimo, como nunca había estado ese hombre y paseaban juntos, sonrientes; ella fumando Malworo y él un gran puro que nublaba su rostro.
Los dos enjoyados con cadenas, anillos y pulseras de oro y bien trajeados, con gafas de sol, lucían bellos y alegres por las calles del pueblo extremo, llano y caluroso.
No exentos de bromas pesadas realizadas por personas crueles y envidiosas de esta bonita relación.
Y bailaban como nadie pasodobles en las verbenas del pueblo.
Cuando se topaba con alguien por la calle, ella abría su bolso y dejaba caer una bolsa de plástico muy sobada y desgastada y siempre disimuladamente decía:
¡Anda! Mira lo que se me ha caído:
En esa bolsa de plástico desgatada y opaca…, tenía fotografías de ella, de sus padres, de sus hermanos y de su hijo ya casado y con un hijo.
¡Oh! Mira, ¿Nunca te había enseñado estas fotos?
Y con un entusiasmo desbordado le enseñaba al viandante, sus tesoros:
 Fotos desgastadas y manchadas de carmín por los fuertes besos que les daba.
Cuando vaya a Madrid le pediré a mi exmarido mis fotos de vedette de mi juventud y te las enseñaré, verás que guapa estaba, le comentaba.
Su pareja la miraba embobado y le sonreía como si tuviera delante de él a una diosa.
Era una pareja feliz, muy feliz hasta que un día a Adelina que andaba un poco pachucha, aunque no lo pareciera, le dio un fuerte dolor en el abdomen.
Llegó al barrio solitario del pueblo una ambulancia chillona y escandalosa, la sacaron de la casita pequeña, limpia y reluciente con la cara compungida por el fuerte dolor pero con los ojos maquillados de azul cielo, la boca maquillada de carmín y abrazando su bolso de paseo..., se la llevaron al hospital y de allí ya no salió.
Murió Adelina joven, a los sesenta y pocos años, aquella bella mujer, alegre y desinhibida, con poca suerte en la vida…, ahora que por fin había encontrado la felicidad, la paz y la tranquilidad en su pueblo al lado de su pareja, Juan, el cual quedó triste y desconsolado con su muerte.
 Ella fue para él lo mejor que le pudo pasar en su vida.









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