Hacía mucho tiempo, muchísimo..., que no visitaba Cáceres, y al volver a pisar sus calles por el casco histórico, han venido a mi mente recuerdos que estaban muy escondidos y casi olvidados.
Cuando yo era estudiante, y acabé COU, no sé por qué razón, me quedé sin plaza en Madrid para estudiar Magisterio.
No me quedó más remedio que ir a Cáceres a estudiar. Aquello supuso para mi un contratiempo enorme, porque dejaba en Madrid a mi novio, y en aquellos momentos era lo más importante en mi vida...
Jajaja estaba como obnubilada, sólo tenía ojos para él y toda mi vida giraba entorno a él...
Un domingo por la tarde, a primera hora, me llevó mi padre en su coche. Subimos a un piso donde vivían dos señoras, que un conocido suyo le había recomendado.
Cuando me dejó mi padre allí, en aquélla casa penumbrosa, y entré en la habitación que me habían preparado las dos señoras enlutadas, se me cayó el mundo encima...
Con una luz mortecina y amarillenta, vi la cama en medio de la sala, una cómoda antigua y una mesa camilla con una silla... Olia a cera de velas y a sacristía... muy deprimente.
Miré a mi padre y él me miró sin decir nada, se fue al pueblo y yo me quedé muy triste. Pasado un tiempo me dijo que le dio mucha pena dejarme allí, que estuvo a punto de llevarme otra vez para casa.
Sin deshacer mi maleta de color rojo, salí a dar una vuelta y bajé hacia la plaza, entré en una cafetería para merendar. Allí había grupos de amigos charlando y riendo..., como los que yo había dejado en Madrid, empecé a agobiarme y me puse a llorar, sin ningún pudor...
Un chico se me acercó y me dijo, que si me pasaba algo, le dije que no..., y me marché.
Comenzó a llover, encendí un cigarrillo y me marché a la pensión por la calle Pintores.
Llegué empapada y tiritando de frío, no quise cenar y me fui a la cama completamente helada.
La noche fue toledana porque en la cabecera de la cama había un enorme reloj de pared que daba las campanadas a todas las horas.
No les dije nada a las señoras de la mala noche pasada por culpa del reloj, que me miraban como si yo fuese una extraterrestre.
Me marché a la Escuela Normal y me llevé una gran sorpresa cuando en clase me encontré con un montón de amigas que había tenido en en 5º y 6º en Plasencia, en especial con mi amiga Mª Paz, que era de Cabezabellosa.
Nos abrazamos y me dijo que me fuera a vivir con ella a su pensión. Fuimos a por mi maleta roja y les dije a las señoras que me iba..., sin darles ninguna explicación, que mi padre ya les pagaría esa noche.
Se quedaron estupefactas y no supieron qué decirme.
En la pensión de mi amiga, creo que estuvimos tres noches, también eran unas señoras mayores las patronas y la casa parecida a la mía.
Nos buscamos un piso, muy céntrico, donde vivía una chica de unos 22 años, su hermano y un primo de unos 15 años.
Nosotras teníamos 18 años, muy progres y un poco pijas, creo yo...
La convivencia fue muy buena, éramos todos jóvenes y lo pasábamos muy bien. Y nuestros novios nos podían visitar sin ningún problema.
El casco histórico estaba muy cerca de la casa y a menudo paseábamos, subiendo por el Arco de la Estrella, Besábamos el dedo a san Pedro de Alcántara para que nos conservara el novio... , subíamos por la escalinata de la plaza de San Jorge... y paseábamos a la sombra o a la solana de numerosos palacios: Los Golfines, dónde nació la abuela de mi marido, Las veletas, etc...
El año fue bien, aprobé todo, mi novio se libró de ir a la mili a Ceuta y al año siguiente me fui a Madrid a hacer segundo de magisterio.
Hoy cuando paseo por las mismas calles, miro con ansiedad a los transeúntes con los que me cruzo, para ver si reconozco a alguien, cosa altamente imposible después de 46 años, el que no está calvo, está gordo, o flaco y apergaminado, que es lo que toca a nuestra edad...
Busco en los ojos, creo que es lo que menos cambia, pero dejo de hacerlo porque me parece descarado... y me parece tan difícil como encontrar a la bella mujer que llevó en Zarza en el siglo VI d.c, esos hermosos y relucientes zarcillos de oro que veo en el museo. Aunque sigo conservando mi falta de pudor..., no echándome a llorar como hice esa tarde otoñal hace 46 años en una cafetería cualquiera, pero sí escribiéndolo aquí...
Y tengo que decir que a pesar de no reconocer a nadie, veo un Cáceres más bello y acogedor que entonces.
He vuelto a visitar el museo en el precioso palacio de la Veleta, y he visto restos arqueológicos donados por personas de Zarza de Granadilla. Cosa que me parece de una gran generosidad y sentido de civismo.
Después visitamos en los Barruecos, el Museo Vostell, lugar que yo desconocía por completo y me ha encantado ver, que en medio de un secarral, en un antiguo lavadero de lana del siglo XVIII hay un precioso e interesante Museo de Arte vanguardista, fundado por el alemán Wolf Vostell, con muchas influencias Dadaístas e impregnado de arte del moviento Fluxus y de artistas conceptuales.
El arte sale a la naturaleza y se integra en grandes rocas y lagos.
Ahí tenéis las fotos para que juzguéis..., pocas, porque no se pueden hacer fotos...
A mi me ha gustado mucho, distinto, pero muy interesante.
¡Chao, amigos!
Los Barruecos
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