viernes, 18 de marzo de 2016

La prueba de "Ingreso"



 La ley de educación de 1953 estableció en España, la llamada prueba de ingreso para acceder al bachillerato general, que constaba de cuatro cursos; al termino de estos se hacía una revalida para, posteriormente, acceder al bachillerato elemental o superior, que constaba de dos años, al término de este se hacía otra revalida, seguidamente se pasaba a Preu y una vez superado este, ingresar a la Universidad.
Una vez dicho esto, no voy a aburriros con leyes y planes de estudios, voy a centrarme en lo que supuso para algunos niños esta prueba del "Ingreso".
 Niños que vivíamos en Zarza de Granadilla, pueblo eminentemente agrícola y ganadero en aquella época.
Pueblo donde el sol en verano, sin clemencia, caía a plomo sobre las tierras llanas y los habitantes del lugar, y sin apenas árboles que nos cobijaran sus sombras, cuatro o cinco eucaliptus era toda la vegetación que teníamos.
 Además el ganado atraía a las moscas, y creo que había más moscas que habitantes. Moscas de todos los colores: azules, verdes, negras, grises y pardas... Que en un hábil movimiento de manos de los niños quedaban atrapadas en un tintero, y medio atontadas salían del tintero, eran mutiladas, y desprovistas de alas garrapateaban torpemente por el pupitre de la clase.
Y... Aquel calor sofocante, las moscas y las aguas fétidas que discurrían por las calles y regatos, atraían a cerdos, perros y gallinas... A revolcarse en ellas.
El mal olor al mediodía se hacía insoportable, sobretodo en la zona del cruce, cerca del potro donde herraban a los mulos.
A pesar de los repugnantes efluvios... Yo hacía todos los días, al bajar de clase, una parada obligatoria en el potro para “repicolgarme” un rato de los hierros; eran nuestro parque infantil: las barras paralelas... Aquí, recorrer las paredes de las escuela, los columpios en la dehesa, y el tobogán en el puente del arroyo... Estaba todo un poco disperso, por esa razoón  yo, no me acuerdo de ningún niño gordo de esa época... 
Lo que más me atraía del potro era lo único que brillaba en esa zona: los mocos del herrero, la escoria del hierro de la fragua... Que tío Silverio, padre de Metrio, tiraba allí. Tramposas piedras negras e irisadas que el sol hacía brillar intensamente, pero que perdían sus colores al esconderlas en casa; y era posible que si te las descubrían, te ganaras un guantazo porque tiznaban como el carbón.
Sólo al caer la tarde, cuando el sol ya se ponía, las aguas fétidas se enfriaban, y comenzaban a llegar los carros del río, cargados de maíz y de heno fresco, se  tornaba el pestilente olor de los regatos de aguas turbias y orines, en ricas y tenues fragancias que desprendían las  tiernas hierbas, el heno fresco y las ricas manzanas, que traía de la huerta el tío Pijama... Hombre que había venido de aguas allá, y siempre iba vestido con un traje a rayas..., por eso el mote de tío Pijama.
Sin duda debió de ser un hombre interesante, aunque a mi en aquella época me pareciera esperpéntico y subrealista.
Y, también, al anochecer rezumaban en el ambiente aromas a albahaca, a presta, a claveles reventones y al perfume de jazmín que las jóvenes y risueñas mozas compraban en la perfumería del tío Droguero... Otro extraño y amable señor que no sé como aterrizó en Zarza...

Son esos olores: buenos y malos, aquellos calores y las impertinentes moscas… Que asocio a aquella época de exámenes… Olores que evocan casi todos los recuerdos…en mi mente.
Recuerdos de una niña larguirucha y flaca, que de cuajo me sacaron de la escuela, me alejaron de mi maestra y de las compañeras que había tenido durante cinco años y me pusieron a preparar el ingreso con un profesor que no conocía de nada: Don Manuel Benítez.( No, no era el Cordobés, era pura coincidencia)
Un señor, amigo de mi padre, que era maestro pero que no ejercía y era el propietario del comercio que anteriormente perteneció a Lejárraga.
Don Manolo era de Almoharín, y la verdad sea dicha… no sé qué pintaba ese señor allí desterrado en el secarral…

Resultó ser un excelente profesor, con una gran paciencia, muy cariñoso y un enamorado de Cervantes y del Quijote.
Nos impartía las clases a Angélica y a mi, en el piso de arriba del mencionado comercio. 
Subíamos por una escalera oscura en cuyos rincones brillaban ingrávidas telarañas con moscas polvorientas, ya disecadas atrapadas en ellas.
En aquella habitación de lo que fue una casa, ahora, vacía y destartalada… sólo había una mesa de despacho con una silla para el profesor y dos sillas para nosotras.
El suelo de la habitación era de cerámica hidráulica, haciendo un dibujo de damero en tonos grises y verdes.
Tenía un balcón que daba a la calle, la ventana siempre estaba abierta por donde entraban: el aire fresco, las pesadas moscas y los gritos de niños y mujeres que transitaban por la calle.
Empezaban las clases a las nueve de la mañana y terminaban al mediodía cuando cerraba el comercio.
Por las mañanas: cuentas, geografía e historia y por las tardes el dictado, todos los días hacíamos un dictado del Quijote.
Ahora recuerdo a Don Manolo, con un cigarrillo entre sus dedos amarillentos de nicotina, restregando sus ojos pequeños y chispeantes..., irritados por el humo, con cara de sueño y de aburrimiento, mientras nos escuchaba recitar de memoria los ríos, los cabos y los golfos, las provincias con sus capitales…
De vez en cuando el profesor bajaba para atender el comercio, mientras nosotras hacíamos las tareas, y copiábamos cien veces cada falta de ortografía.
Si el profesor se demoraba, mi compañera Angélica y yo nos dedicábamos a levantar los baldosines viejos y desgastados, que se movían al pisar, en otra habitación colindante... Esperando encontrar allí un tesoro como en las películas.



Llego el tan temido día del examen en el mes de junio… Y, con aquel calor sofocante, el pueblo repleto de mosca, y el cruce oliendo a perros muertos, me llevó mi padre en la moto al instituto nuevo de Plasencia para examinarme.
Y, yo, con mi falda plisada de domingo, calcetines y zapatos blancos, iba abrazada a su cintura con más miedo que vergüenza, y no quería que se acabara nunca ese viaje. 
Llegamos al instituto, y con cara de susto me coloqué en una fila donde iban llamando por orden alfabético, y por mi apellido pasé de las últimas.
Nos subieron a las aulas, los padres se quedaron fuera e hicimos el examen escrito. Seguidamente hicimos el examen oral y en ese momento, dejaron entrar a todos los padres para mirarnos.
Me llamó el tribunal, formado por profesores muy serios y cada uno fue haciéndome una pregunta de su especialidad...
 Al que mejor recuerdo fue al profesor de religión, era un cura de aspecto colérico, orondo y bajito que parecía que bailaba en el estrado, y bajo su sotana respingona por su abultada y tragona barriga, asomaban unos zapatos negros desgastados y arrugados. 
En  geografía, me indicaron señalar todos los ríos de España en un mapa mudo.
La Gramática era la que más miedo me daba… Pero el profesor me miró con cariño, debió de ver que estaba temblando y me dijo: tienes un nombre y unos apellidos muy apropiados, Brígida Seguín Hernández, dime: ¿Dónde se acentúan y como se llaman esas palabras?
Esa fue mi experiencia, que vista ahora en la distancia, tampoco era para tanto… Pero claro, para unos paletinos que no habíamos salido nunca del pueblo aquello era todo un acontecimiento.

 Ahora voy a narrar la experiencia del ingreso que me han contado amigos del pueblo.




Me cuenta Mª Luz Rodríguez García Monge, que ella preparó el ingreso en la academia que estaba ubicada en el local de la sección de femenina, cerca de su casa, local donde se hacían unas pruebas maratoníanas de conocimientos de religión y al que llegaba a la final
lo condecoraban con una banda de oro. 
Allí impartían clases Jesús Betera, Juan Manuel Pelikán y Sebastián. Tenía como compañeros a Adrián Cuartillo y a Luis Carilla.
Lo que mejor recuerda Mª Luz es el escozor en su mano producido por la vara de olivo cuando al salir a la pizarra cometía alguna falta de ortografía.
Ya sabéis aquel dicho: “las letras con sangre entran”.
Si la vara se partía, cruelmente le pedían a los propios alumnos que trajeran otra, solía ser Luis... Él que se prestaba a tal asunto...
Dice Mariluz: nunca he vuelto a cometer una falta de ortografía en mi vida... Si tengo dudas, inmediatamente oigo el chasquido de aquella vara... Y, junto con dos lagrimones que me caen por las mejillas, me sale la palabra perfectamente escrita.
Continúa, fui a examinarme a Plasencia en el mes de junio y suspendí… Yo me quería morir...
 ¡Qué vergüenza!
No quería que me vieran los profesores... Y cuando cruzaba por la calle de la academia lo hacía como una flecha, corriendo, corriendo para no encontrarme con los profesores.
Supongo que estudiaría algo en verano por mi cuenta en San Miguel y en septiembre volví para repetir el examen; me llevó mi madre, nos metieron en un aula y nombraron a todos los niños menos a mí. Pasaron todos y me quedé yo sola... Esperando...
Al ver que no aparecía nadie salí llorando en busca de mi madre.
Ella, buscó a la profesora: Doña Felisa, profesora con fama de siesa... Y le dijo que no aparecía en las listas porque tenía que haber renovado la matrícula, y mi madre no lo había hecho.
Tenía que repetir otro año en la academia la preparación del Ingreso. La vida para mí ya no tenía sentido... 
Aprobé en junio para mi satisfacción.
De todas formas os dais cuenta cómo ha cambiado la vida en tan poco tiempo...
El trauma que supondría ahora para una niña que se fuera a examinar, después de pasarse un verano medio escondida... Y que se vaya a examinar, y no pueda por un fallo de su madre... Y sin psicólogo ni gaitas...
Ahora los niños están super protegidos, pero lo nuestro era muy fuerte...





Bonifacio Gil Planchuelo

Boni cuenta: mi prueba del ingreso la realicé en el instituto Gabriel y Galán de Plasencia, el nueve de Junio de 1961, siendo mi compañero de fatiga Jesús Sánchez, en paz descanse.
Recuerdo ese día como si fuera hoy mismo...
Estábamos citados a las nueve de la mañana en el instituto para el inminente y solemne acto de nuestro inicio en los estudios del bachillerato y posteriormente hacer carrera...
Contábamos con los conocimientos adquiridos durante todo un año en la academia del Llano, dirigida por el gran profesor don Clodoaldo Barrios.
El día anterior al examen don Clodo nos hizo una prueba para comprobar nuestros conocimientos. La prueba resultó todo un éxito, estábamos sembrados...
Consistía en un dictado, donde no se permitía tener más de tres faltas.
Una cuenta de dividir por tres cifras con su prueba correspondiente.
Un examen oral de la geografía física y política de España, mediante un mapa mudo, colgado en un altillo, y con un palo de escoba tenías que localizar el río o la capital que te preguntara el profesor.
Dos semanas antes fui donde las cabilas a hacerme las fotografías, tres necesitábamos; fue mi mí primer posado fotográfico individual. Hecho un dandi con mi primera corbata con una goma al cuello con rombos de color blanco y marrón, con mis calzonas de los domingos y unas zapatillas de material que mi madre las había pintado blancas como la harina.
Llegó el día nueve y a las siete y media de la mañana ya estaba yo montado en la Roa, la gran moto de mi padre, montado atrás y agarrado fuertemente a su espalda, con dirección a Plasencia, yo iba hecho un dandi con la misma ropa que en la foto.
La llegada al instituto fue un cúmulo de sensaciones, todas de golpe, que ahora mismo me sería imposible describir... Yo creo que había unos quinientos aspirantes...
Aquella masa de chavales acompañados por sus padres... Y, en el último peldaño de la escalera estaba el conserje o bedel  poniendo orden, un señor con traje gris y gorra de plato.
Me enteré después que se llamaba Emiliano y que descendía de Zarza me comentó mi padre.
Allí estábamos mi amigo y yo alucinados por la cantidad de apellidos que nombraban y que nunca habíamos oído.
Por fin pasamos al aula para hacer las pruebas y una vez superada la prueba escrita fui llamado al estrado para realizar la oral.
Aquellos dos escalones que eran necesario subir para llegar hasta allí, han sido los dos escalones más angustiosos en mi vida.
Cuando me vi ante aquel tribunal de superhombres, el profesor de la izquierda me dijo: estírese y tranquilo...
No sé de donde saqué valor para decirle: ya estoy estirao..., no puedo estirarme más...
Creo que la sonrisa que saqué de los tres fue el subidón necesario para superar la prueba.
Jesús y yo superamos la prueba con creces y fue el único verano que no tuve  que estudiar en mi carrera.
Me imagino a Boni… Y lo estoy viendo: con la cara de pillo que tenía con su corbata de rombos, sus calzoninas nuevas y sus zapatillas blancas… Estirándose en el estrado, y saca mi mejor sonrisa como la de aquel tribunal…




Carlos de las Heras

Carlos comenta: había dos pruebas eliminatorias, el dictado (donde no nos permitían más de dos faltas y los acentos puntuaban como media falta) y una división de tres cifras.
Superadas esas dos pruebas, el resto era pura rutina.
El chico que no aprobaba quedaba marcado para poder desempeñar cualquier trabajo bueno el resto de sus días ¡con 10 años!
Creo que ahora es parecido con el graduado escolar. Un total disparate.
Puedo decir como anécdota que me indicaron que señalase en el mapa de Rusia, que estaban etiquetados con sus nombres con unas letras enormes.
Nunca supe si querían medir mis conocimientos geográficos o mi agudeza visual.



Maxi Rubio:

Yo realicé mi prueba del ingreso en el instituto Gabriel y Galán viejo, hoy residencia de ancianos, situado en la calle Matías Montero, muy cerca del río Jerte y también antigua zona de reclutamiento militar.
Una división y un dictado y una prueba oral realizada ante un tribunal, compuesto por don Virgilio, profesor de historia, don Pelayo que era sacerdote, para el tema de religión y otro para la gramática.
Recuerdo algunos párrafos del dictado:
“Había hecho votos a la Virgen de vestir de hábito negro y de barnizar las andas que sujetaban a la misma”.
“Había venido del extranjero, en el cual me encontraba trabajando”
También recuerdo que tuve como compañero de examen a  Jose Manuel Muñoz Cambero que era ahijado de mi padre, e hijo de Herminio y Margarita.
A “Chemurrina” así le apodábamos los amigos.
Aprobamos los dos con resultado de unas buenas notas, gracias al buen maestro que tuvimos: Don Jesús Jiménez Valencia.






Asun García Benito:

Yo hice el ingreso por libre en Madrid en el instituto Isabel la Católica.
Lo único que recuerdo de la prueba fue el examen oral: cuatro profesores como jueces, sentados en una mesa presidencial, lo más parecidos a jueces y abogados en un juicio.
Cada uno en una especialidad, iban haciendo las preguntas y nosotras respondiendo.
Aquello no lo olvidaré en la vida, pues no eran nervios, los nervios aún no los conocía, era realmente miedo.
Aprobé con un 5,5.





Chus Rodríguez:

Yo no recuerdo, nada del examen de ingreso, ni que tuviera nervios, ni miedo a la hora de realizarlo, a mí me encantaban los exámenes. Recuerdo a mis compañeras siempre nerviosísimas y yo tan tranquila.
Mis recuerdos de esa época están más bien sesgados por los castigos físicos que recibíamos. Porque recuerdo muy bien los palos que recibía en la espalda en la escuela de Zarza cuando llegaba tarde, y que yo solía ponerme un anorax gordo para mitigar los golpes.
Cuando nos marchamos a vivir a Madrid continúe mi preparación para el ingreso en un colegio de monjas en la Puerta del Angel, recuerdo muy bien que una monja me pegó un tortazo y me quedé como en estado de shock. 
Me maree y mi madre cuando se enteró fue al colegio les montó una gran bronca y nunca más me volvieron a tocar.
Ir hasta ese colegio era toda una aventura, íbamos: Choli, Nandi y yo,  de 12, 5 y 10 años respectivamente.
Las tres con babis de rayas azules y blancas. Llevábamos la comida en una tartera, fruta y los libros...
Cogíamos el tranvía en San Blas hasta Ciudad Lineal, allí montábamos en el metro, once estaciones con un transbordo. Salíamos y cogíamos un autobús hasta la Puerta del Angel y por fin ya llegábamos al colegio.
 Un día se nos cayó la fruta a las vías y los trabajadores que estaban en el andén nos la recogieron.
Es posible que no recuerde nada de esa prueba porque la hice en el mismo colegio donde estudiaba y porque ya estaba a punto de ser retirada.





Enrique Rodríguez:

Yo preparé el examen en Zarza en la academia de don Clodo al parecer era un profesor republicano allí exiliado.
También daba clases doña Manolita que recuerdo que siempre tenía sus labios pintados de rojo, parecía una muñeca de porcelana china.
Durante algún tiempo tuvimos otra profesora que se llamaba doña Cristina, que era guapísima y don Clodo estaba locamente enamorado de ella pero ella lo rechazó.
No sé por qué razón doña Cristina se marchó y un grupo de niños nos escapamos de clase y nos fuimos a despedirla a la estación del tren a Casas del Monte.
Al día siguiente don Clodo nos esperaba en la puerta y según íbamos entrando nos iba dando un guantazo con sus enormes manos que nos mandaba volando al pupitre.
La academia era como una clase unitaria de ahora, había chicas y chicos de todas las edades juntos.
Recuerdo más los juegos que realizábamos en el recreo en el Llano que lo que a estudios se refiere. 
Jugábamos a Buuu… Que consistía en ponerse de espaldas y meter un brazo  bajo la axila, dejando libre la mano y los demás chicos te daban un palmetazo en la mano y salías corriendo diciendo: Buuu…
Había que adivinar quién te había dado y si lo adivinabas se la quedaba el otro.
Otro juego era montarnos en un patinete con rodamientos que nos hacía Agapito, el de la fragua y nos lanzábamos a toda velocidad contra la puerta de tía Benicia, que era una enorme mujer de cara grande y redonda con una gran sombra negra en el labio superior, con moño bajo, alta y gruesa…
Al llegar hasta ella nos encontrábamos con dos piernas enormes, como columnas de Hércules, metidas en unas medias negras hasta la rodilla, y enormes muslos blancos tapados por los refajos y por un enorme mandilón.
Parece que la estoy viendo ahora, allí plantada en jarras con ganas de darnos un buen guantazo.
En una de esas salidas a toda carrera por las escaleras de la academia un día de invierno metí el pie en un brasero, se me metieron brasas en la bota y Ángel “botarras” me llevó arrastrando por todo el regato lleno de agua hasta que consiguió quitarme la bota, por supuesto me quemé el pie.
En ese ambiente de juegos y amigos de todas las edades preparé el examen de ingreso.
Lo hice en Plasencia y me acompañó mi padre, creo que fui también con mi amigo Miguel Rubio, fuimos en taxi.
De la prueba recuerdo que en el dictado no cometí ni una sola falta, aún recuerdo la primera frase: Allá en la histórica villa…
En geografía me indicaron que señalase los cabos de España en un mapa mudo.
En esa prueba, me dijo mi padre, que en una pierna me entró una tiritera que no paraba de moverse…
Aprobé sin ningún problema.



Juanjo José García:

No entro en si esta prueba era necesaria o no, yo me lo pasé como un día de fiesta...
Salimos del pueblo en manada acompañados de nuestras madres y llegamos al instituto como los galos de Axterix a Roma.
Todo un territorio para explorar para mí y para Ramón el de tía Feli, mi primo Jose Luis y otros cuantos por el estilo.
Brincando por todas las paredes y entrando por todas las puertas.
Las madres estaban en un sin vivir...
Hicimos el examen escrito y a continuación nos llamaron para realizar el examen oral.
Nos hicieron una serie de preguntas de las cuales sólo recuerdo que me preguntaron por el autor de las Etimologías, le contesté que Alfonso XII y se troncharon de risa.
Yo no le vi la gracia...
Al finalizar la prueba si te llevaban a la plaza para comprarte un polo o unos zapatos crecederos ya eras el niño más feliz del mundo.
Después: ¡Hala! pa... la "Impresa" y pa... el pueblo.





Lola Cámbero:

Apenas recuerdo ese examen. Yo lo hice en las Trinitarias. Recuerdo un examen oral delante de un tribunal. Me dieron un 8.
Es el único recuerdo que tengo, han pasado ya tantos años...



Enrique Seguín


Yo sólo recuerdo que me llevó mi padre en la moto y que aprobé a la primera.
Yo recuerdo porque era y es mi hermano que se examinó con tan solo ocho, años le dejaron porque hacía los nueve el 27 de septiembre.
Era un niño super inteligente, aunque también le preparó don Manolo como a mi, quien fue su profesor preferido fue Don José Rubio.




Ana Martín Mohedano

Ana me cuenta que la sacaron de la escuela de doña Ángeles y que preparó el ingreso con don Elias, que estudiaban en la cocina porque allí se estaba más calentito.
La llevaron las madres a examinarse a Plasencia. Lo que recuerda del examen con más nitidez es al profesor de religión: al temido D. Pelayo. 
Aprobó sin ningún problema.


Miguel Rubio:

Miguel me envía el dictado que les pusieron, me parece alucinante que aún lo recuerde:

Caminaba por una vereda bordeada de hierbas y arbustos. Allá en la histórica villa se divisaba un castillo donde vivía una condesa que había hecho voto a la Virgen de llevar hábito negro. Esta tenía una hija que había venido del extranjero". Este es el dictado de la prueba de ingreso de 1962 que hicimos Enrique, Esteban Sánchez y yo. Un saludo cariñoso, Miguel Rubio

6 comentarios:

EPÍFISIS dijo...

Qué historias, hoy no se entendería, en nuestra época todo eran barreras que había que saltar una detrás de otra, ingreso, reválida de 4º, reválida de 6º, preu, selectividad etc..
Ahora se gradúan en la guardería, se hace una fiesta y de premio a Euro-Disney y que nadie toque a mi hijo.
Profesores y curas especialistas, en arrojar tizas y borradores de madera maciza, con certera puntería. Bofetones a porrillo, silbato metálico en la cabeza o con el nudillo, el famoso capón, te pasabas la lengua por el paladar y notabas un sabor metálico, el reglazo de 50 cm. aplicado a las cinco uñitas a la vez.
Brigi, no dejes nunca de contar estas crónicas que se van perdiendo en el olvido, me ha encantado, las he recordado y un sudor frío perla mi frente pensando que me han pillado.
Un beso

Brígida Seguín Hernández dijo...

Sí Alejandro era como una carrera de obstáculos.
Gracias, un beso

Unknown dijo...

Brigi. Me encanta el relato...parecemos los viejos cuando contaban sus batallitas de la guerra o de sus infancias. Ahora se entiende más.
La verdad es que era una prueba dura. Y lo que tú dices, llegados del pueblo que Plasencia nos parecía una capital.... Y todo aquello tan ceremonioso...
Me ha encantado ver las fotos... Boni, qué malo era!!!!.
Y la de Ana MARI con la Marite y Rober??? Ya me ha trasladado total a aquella época...
Lo de los parques infantiles que teníamos.... Lo que más me gustaba era "vamos a reco"... Qué hábiles éramos...a pesar de los trozos de repisa de ladrillos rotos....
Lo peor de todo... Que nadie de los que han escrito suspendió.... Sólo yo!!!
Qué trauma !!!!

Anónimo dijo...

"Caminaba por una vereda bordeada de hierbas y arbustos. Allá en la histórica villa se divisaba un castillo donde vivía una condesa que había hecho voto a la Virgen de llevar hábito negro. Esta tenía una hija que había venido del extranjero". Este es el dictado de la prueba de ingreso de 1962 que hicimos Enrique, Esteban Sánchez y yo. Un saludo cariñoso, Miguel Rubio.

Brígida Seguín Hernández dijo...

Gracias Miguel, vaya memoria que tienes. Si no te importa lo pongo en la publicación.
Un abrazo.

Unknown dijo...

No es Roberto, soy yo:Miguel Ángel