El verano estaba dando sus coletazos y comenzaba el curso escolar: a escuela que manda agüela con pan y ciruelas...
Babis nuevos o viejos, estirados, bajándoles la bastilla. Y metidos en un plumier de madera, los pizarrines nuevos, de los duros y de los de manteca, lápiz nuevo y pinturas de "pino"y un "aguzalápiz", nuevo, que me trajo mi hermana de Madrid. Tenía forma de arco y en la mitad tenía una cuchilla.
Trapo nuevo para limpiar la pizarra y, a veces, también, pizarra nueva. Un cuaderno y la enciclopedia correspondiente a ese año.
No recuerdo nunca haber empezado un curso con alegría... Lo que si recuerdo con mucha alegría era el encuentro con las compañeras en el recreo y retomar los juegos que tocaban en esa época.
Teníamos clase por la mañana y por la tarde, a partir de ahora, a San Miguel, ya sólo podíamos ir el jueves por la tarde y el domingo.
Como siempre cogíamos el camino polvoriento camino a San Miguel e íbamos todo el camino espantando a las pesadas moscas de septiembre.
Las encinas ya estaban cargadas de bellotas verdes.
No podíamos resistir a la tentación de coger las bellotas, al verlas tan tiernecitas y jugosas, con ese color verde lechoso, y darle un mordisco para inmediatamente, escupirlas, pues amargaban como la hiel.
En septiembre en San Miguel era época de mucho ajetreo y trabajo. Eran fechas de recolección de pimientos, probablemente era el lugar donde más pimientos se cosechaban del valle del Ambroz.
Llegaban los carros llenos de sacos de pimientos, los metían en el "sequero" por un ventanuco y los iban extendiendo en el entramado de tablas del piso de arriba.
Los secaderos se llenaban de jornaleras que habían subido al piso de arriba por una escalera de madera, entrando por el ventanuco, se sentaban en el entramado de madera con una cesta de mimbre al lado y se dedicaban toda la jornada a "expezonar"pimientos.
Las mujeres preparaban una gran algarabía, hablaban a grito pelao, se reían a grandes carcajadas y a veces discutían y se peleaban entre ellas.
Nosotros como "parisesmos"nos quedábamos con la boca abierta oyendo las conversaciones de las jornaleras, sus chistes verdes, que, por supuesto, yo no entendía y mi prima sí. Cotilleos de vecinas y de parejas de novios.
A mi abuelo más de una vez, yo le oí decir:
-¡Callaos cotorras!
Se callaban de momento pero al rato volvían con más entusiasmo al cotorreo. Era su forma de hacer más llevaderas las horas que se pasaban allí sentadas inmóviles.
Se pasaban todo el día allí encaramadas y sólo se levantaban para ir a vaciar la cesta de los pezones.
A medida que los pimientos se iban expezonando se iban extendiendo bien extendidos en el entramado de madera y abajo en el suelo de tierra, un jornalero hacía una buena lumbre de leña de encina para que los pimientos se fueran ahumando y secando.
A nosotros no nos dejaban entrar en el "sequero", permanecía todo cerrado y en penumbra y sólo entraba mi abuelo o algún jornalero para atizar la lumbre o abrir el ventanuco.
Más adelante, ya adentrado el otoño, los pimientos ya secos eran machacados por los jornaleros con unas mazas enormes y así machacados los metían en sacos y los llevarían al molino para convertirlo en pimiento molío.
Continuará...
P/D:NO OLVIDÉIS DE HACER DOBLE CLICK EN LAS FOTOS LAS VERÉIS AMPIADAS
2 comentarios:
Brigi, me ha encantado la foto. Al principio creí que era más antigua por el aspecto de las niñas, pero cuando me he reconocido (cre que soy la de la derecha que está de pié con una rebeca oscura, falda blanca,piernas de palillo y pelo corto de rata.... qué horror qué mayores somos!!!!
Si luz esa eres tu....
y yo la segunda de la izquierda con la pamela de chino, estoy de rodillas.
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