viernes, 3 de junio de 2011

A escuela que manda abuela... con pan y ciruelas


                    


No sé por qué extraña razón, cuando llega la primavera, suelo soñar con mi infancia, e inmediatamente vienen a mi memoria las bonitas escuelas dónde pasé mi etapa escolar.
Mi escuela era un bonitos edificio construido, creo, que durante la república. De ladrillo visto, revocado y encalado de blanco.
Para entrar en las aulas había unas escalinatas con dos enormes bolas de granito, dónde nos gustaba subirnos para mirar desde las alturas.
En las fachadas, enmarcando las ventanas, y por encima y por debajo de ellas, había unas repisas  de ladrillo visto.
¿Y, por qué digo esto?
Pues porque... uno de los entretenimientos que teníamos era "recorrer las paredes" de las escuelas, precisamente por esas repisas de ladrillo visto… Había zonas un poco difíciles pero, éramos unas intrépidas brujillas que siempre conseguíamos darle toda la vuelta al edificio.

El recinto escolar estaba cerrado por una pared de piedra hecha con pizarra, y alrededor había grandes moreras, que avanzada la primavera... maduraban las ricas moras.
 Y, cómo eran unos árboles muy grandes y nosotras muy pequeñas, nos subíamos a la pared, y tirando de las ramas nos balanceábamos para poder cogerlas y comérnoslas, porque estaban exquisitas, muy dulces, tan dulces como la miel.
Cuando no las alcanzábamos, tirábamos piedras, y las moras caían al suelo, y en más de una ocasión, también, nos caía el pedrusco colorao, a nosotros, en la cabeza.

Había dos grupos escolares:
En la parte de las chicas había cuatro unidades y en la parte de los chicos, (aulas de diferente construcción) había tres unidades.

Recuerdo a mi madre, cada mañana, ponerme el babi tableado y blanco inmaculado, y después de asearme y peinarme, me acompañaba a la puerta y me decía:
¡Hala, a escuela que manda “agüela” con pan y ciruelas…!

Entrábamos en el patio como caballos trotones, pero cuando sonaba el silbato nos quedábamos petrificadas en el sitio.
Todas las mañanas antes de entrar en clase nos colocábamos en formación, como si fuésemos soldados, delante de la bandera y allí alineados y “alienados”, con el brazo en alto y apoyado en el hombro de la niña de adelante, cantábamos el cara al sol.

Los niños formaban el pelotón unos cuantos metros más allá del nuestro.

Al terminar de cantar, nos decían: rompan filas…






Y, en perfecto orden formábamos una fila para entrar cada cual a su clase.
Una vez en el aula, Permanecíamos firmes delante de nuestro asiento hasta que entraba la maestra.
Saludábamos: Buenos días señorita...

Antes de comenzar las clases rezábamos una oración, y al finalizar, en silencio, nos sentábamos en la silla para a continuación empezar las tareas, y a la salida volvíamos a rezar.

Mi paso por la escuela fue muy normalito, sin demasiado entusiasmo por los conocimientos que se impartían, y siempre deseando que llegara la hora del recreo.

Del aula de párvulos, recuerdo que fui a clase con la señorita Juli “porroncha”, allí aprendí a leer ya escribir, y tengo buenos recuerdos de la maestra o por lo menos no los tengo malos.
Recuerdo que se me atragantó la letra “t”, y cuando en casa me preguntaban por dónde me andaba en la cartilla siempre decía que por el “tomate”, y todos se reían...
Otro recuerdo, poco agradable, que tengo de párvulos es, el de salir a mear al rincón que había justo bajando las escalerillas de la subida al aula.
 Allí olía a demonios, entonces no había aseos y ese era nuestro meadero.

La siguiente profesora que tuve fue Doña Adela, la madre de Doña Mari.
Siento decir que mis recuerdos de esta profesora no son demasiados buenos... pero, ahora, la entiendo y recuerdo con cariño… porque Doña Adela era ya un poco mayor, y éramos como cincuenta niñas, cada una de su padre y de su madre…, eso unido a que éramos un poco salvajes, hacía que la sacásemos de quicio y perdiera la paciencia la pobre mujer.
Era viuda, y siempre iba vestida de negro, llevaba gafas oscuras y el pelo blanco, recogido en un moño bajo.
No se me olvidan:
Los palos recibidos, con el puntero, como ella llamaba a la vara.
Ni las interminables clases del “catón”..., del “catecismo”.
Los dictados en las soporíferas tardes, en las  que yo estaba medio dormida, y me perdía siempre.
Las insufribles clases de costura, de hacer dobladillos..., sacar hilos..., etc. En las que yo era un verdadero desastre.
Las salidas al mapa para señalar con el puntero las capitales y ríos de España.
Y, lo que nunca se  olvida..., es el palo recibido en las manitas cuando no sabías localizarlos.
 O el castigo, por pillarte hablando…, de  ponerte de rodillas en el suelo con los brazos en cruz,  y dos libros encima de las manos.
No olvidas, pero si perdonas porque antes las cosas eran así..., y yo me imagino que años atrás fueron peores.
 No quiero  justificar nada... pero había un complot entre padres y maestros, dónde primaba: si  no estudia..., no se corte..., y dele, dele duro...
Pero el peor castigo que te podía caer era quedarte “presa” en la hora del recreo o incluso “presa” a la hora de la comida, es decir sin ir a comer a casa.
Si esto último sucedía, normalmente, nos escapábamos, saltando por la ventana a la hora de la comida, comíamos y volvíamos a clase, entrando por la ventana antes de que llegara la maestra y así no recibíamos otra “tunda” de nuestros padres.

Cuando se ausentaba la maestra, solía poner a una niña a cuidar, y esa niña, apuntaba en la pizarra a la que hablaba, se levantaba, etc.
La única  vez que doña Adela  tuvo la gran idea de mandarme cuidar la clase... porque ella se  tenía que ausentar un momento, se armó la marimorena…
Todas las niñas hablaban tan alto, que se oían las voces hasta en el cruce del pueblo.
Hay cosas que se te quedan grabadas y no se van de la memoria, resulta que las Ursulas, las gemelas, que vivían cerca de la escuela, me pidieron permiso para ir un momento a su casa, y yo sin pensármelo dos veces se lo concedí.
Cuando llegó Doña Adela, y vio la algarabía que había y que no había nadie apuntada en la pizarra…y cuando vio venir a las Ursulas de la calle…, entró en cólera, me castigó y nunca jamás volví a ser cuidadora.

“La letra con sangre entra” era la máxima en aquellos tiempos de maricastaños, donde los niños eran tratados sin el más mínimo respeto y cariño.
Por lo menos estuve dos años con esta maestra, el segundo fue más llevadero ya le había cogido un poquito el truco.
Yo estaba en babia permanentemente, sentada en la parte de atrás, y muy perdida…siempre.
Es el recuerdo que tengo de esa etapa.
Las notas que tenía en la cartilla eran todas 0 y 0,5 el primer año y el segundo yo no sé si pasé del 4.


      A los ocho años me tocaba cambiar de clase, y tuve la suerte de que se jubilaba doña Encarna, otra maestra mayor, que decían que era muy buena maestra pero muy exigente.
 Vino una maestra nueva, que era de Béjar, se llamaba Doña Julita, bueno señorita Julita pues era soltera.

Fue una bendición, era joven, guapa, rubia, con los ojos claros y sobre todo era muy, muy cariñosa y afectuosa con los niños. (Yo imaginaba que ella podía ser la hermana mayor de Marisol "actriz")
Iba a la escuela con más alegría, y probé a interesarme por el poco atractivo... “Catón”, y a aprender de memoria toda su aburrida información... Mejoré la caligrafía, y pintaba bonitas mariposas.

Comencé a ir por las tardes a clases particulares con la señorita Julita. Siempre nos recibía y nos despedía con un beso.
La primera vez, en mi vida que yo probé un bombón, me lo dio ella en clase. A menudo nos obsequiaba con golosinas, y lo mejor de todo con cariño y afectos.

Empecé a disfrutar del recreo, ya no me quedaba “presa”, y a ocupar los primeros bancos de la clase, nos preguntaba la lección y si te la sabias… ibas pasando puestos hasta ocupar las primeras filas de los bancos.
Mis notas empezaron a subir y la escuela  ya me fue más llevadera…

Al lado del aula de la señorita Julita estaban las cocinas, dónde las cocineras, Priscila y Polonia preparaban la leche en polvo, en unas calderas enormes (dónde se cocía la calabaza en invierno).
En el recreo teníamos que hacer cola con nuestro vaso, para que nos dieran la leche en polvo que nos habían mandado los americanos a finales de los años 50.
Yo, odiaba esa leche polvorienta de sabor artificial y espumosa. Me retiraba y hacía un agujero al lado de una morera, y la tiraba sin que nadie me viera.
Lo que si me gustaba era un queso amarillo, tipo de bola, que no sé… si, este, nos lo enviaban los alemanes...

Pasados dos años ya me tocaba ir a clase con Doña Mari, que también tenía fama de buena maestra pero muy estricta.
 Yo..., afortunadamente, ya no tuve demasiados problemas, pues ya había cogido hábito de estudios, y no estaba tan perdida cómo con su madre…
Bueno… excepto algún palo en la espalda, recibido por estar distraída o hablando... Pero en general no tengo malos recuerdos, más bien buenos, las clases las daba muy bien, yo progresaba y entendía todas sus explicaciones, era muy buena maestra.
Pasé del catón a la enciclopedia de Álvarez.


El Corselito

Por las mañanas teníamos las clases de aritmética y geometría, historia de España y geografía.
Por las tardes, lenguaje, dictado, de religión y la costura (de esta aprendí poco, los ojales y la vainica los odiaba).
En invierno antes de empezar las clases nos mandaba la maestra a dos niñas a buscar el brasero a su casa para ponerlo debajo de su mesa.
En las aulas no había calefacción, algunas niñas llevaban una lata con brasas y la ponían debajo de sus mesas para calentarse.
Estábamos deseando ir a buscar el brasero pues así nos quitábamos un rato de clase.
Más de una vez se nos cayó, pues si hacía viento las chispas saltaban y quemaban nuestras manitas, y lo soltábamos de golpe y se derramaba parte del picón encendido. Pero eso no era un problema, para nosotras era una juerga morena.
También recuerdo que muchas tardes, la maestra repasaba el estado de nuestras mesas, y si las teníamos pintadas con borrones de tinta, lo teníamos que raspar con un cristal (esa tarea me gustaba).
Los miércoles por la mañana subíamos a la iglesia a dar la doctrina, íbamos en fila de dos en dos cantando:
Vamos niños al sagrario…
Que Jesús llorando está…
Pero “en viendo” a tantos niños…
Muy contento se pondrá…
No llores, Jesús, no llores…
Que nos vas a hacer llorar…
Que los niños de este pueblo…
Te queremos consolar…

En el mes de mayo, Doña Mari, en un rincón del aula montaba un altar con la  Virgen y en una caja de zapatos metía papelitos con "flores" que eran ofrendas para ella:

-Mañana no puedes ir al cine.

-Debes obedecer  a tu madre.

-Visitar un enfermo.

-No ir al cine el domingo.

Después de rezar el rosario cogíamos un papelito, y hala a obedecer… se ha dicho.
Yo lo que peor llevaba era no ir al cine el domingo…
Porque el ir al cine era trasladarte a otro mundo de fantasías, del que en aquellos años andábamos muy escasos…

 Doña Mari solía montar actuaciones y obras de teatro al final de curso, y las más pequeñas hicimos una función teatral en el cine viejo, interpretamos el Corselito.
Al terminar la función nos tiraban caramelos y cacahuetes como a los monos del circo.

A los nueve años dejé la escuela, para preparar el ingreso y me puso mi padre a clases particulares con un maestro, que no ejercía como tal, y tenía una tienda de comestibles.
 Se llamaba D. Manolo, era amigo de mi padre y me fue muy bien con él, era muy buen maestro y  cariñoso.
Aprendí mucho e hice muchos, muchos dictados del Quijote..., y aprobé el ingreso a la primera que eso era todo un éxito en aquellos tiempos...

Como veréis mi experiencia en la escuela... pues fue, ni más ni menos, lo que se podía esperar durante la dictadura franquista en la que vivíamos, aunque no echáramos en falta nada… porque no éramos conscientes de “ello” por nuestra temprana edad…No éramos consciente de que la vida podía ser de otra forma... 

Mis mejores recuerdos son los del  recreo, jugando al aire libre a todo tipo de juegos:
Al Limbo que teníamos rayado en el suelo del patio, al avión, a pídola y pase, a matar con la goma, a saltar la goma, a los botones, al escondite, a los chavos (los chicos)
Y los jueves por la tarde que no había clases y las maestras nos llevaban de excursión al ventorro, allí jugábamos a la pelota y a sacar “patatitas”

Y, cantábamos: ¡Hoy es jueves, dame la peseta qué me debes!

Siempre los chicos por un lado y las chicas por otro.








3 comentarios:

luz rodriguez garmon dijo...

Yo me acuerdo mucho también de Doña Adela. Efectivamente, era muy mayor y muy demodé,aún para aquella época.
Me acuerdo un día que estaba Adrián el hermano de Mari Cruz en la puerta, porque le iba a dar algo.. y como no se podía molestar en las horas de clase, y él no se querría esperar al recreo.. y yo dije: Doña Adela hay un niño en la puerta... Y ella contestó: "que venga aquí la que acusa...", y yo fuí, ella cogió el puntero, yo puse la manita, y plas, plas, plas, tres palitos que me dio.... para que me quedaran ganas otra vez de acusar.....
Con Doña Julita (se llamaba Julita Sánchez Piñel), sí que tuvimos una buena experiencia.Era muy maja y sobre todo trajo "savia nueva" a la escuela.Como era de Béjar y había estudiado en Salamana, era un poquito "niña bien", aparta de que su padre era un prestigioso Oftalmólogo, pues venía al pueblo como diciendo ¿dónde me voy a meter?. Mi Tía Pepita,de Salamanca, que conocía a sus padres, les dijo que se pusiera en contacgto con mi madre por si necesitaba algo... y no salía de casa. Me daba a mí clases particulares también, y con mi madre se llevaba fenomenal, pues la veía tan moderna, fumando, con pantalones...etc. Luego se casó y se fue a vivir a Moratalaz, y la fuimos a ver una vez cuando tuvo su 1º hijo.
Lo de jugar en la escuela a "reco",me encantaba... éramos muy habilidosas. Y el mes de las flores y decifr los versos el domingo por la tarde en el rosario.. con nuestros vestiditos blancos y el ramo de flores...también me trae unos recuerdos buenísimos

Brígida Seguín Hernández dijo...

Me parto de risa, Luz, mira que acusar a Adrián con lo que a ti te gustaba...

Anónimo dijo...

Ea, un relato de película, de las de verdad