jueves, 12 de febrero de 2015

La Sirenita del Ambroz







 En los arrabales del pueblo, en la gran Casona Amarilla, cercana al río Ambroz, vivía una familia encantadora:  Pedro, Celeste y su hija Lluvia.  
Habían venido huyendo del bullicio, del estrés y de la contaminación de la gran ciudad... Se instalaron en una bonita finca, regada por el río. 
Eligieron ese pueblo porque se enteraron que utilizaban energía natural para generar  la electricidad...
 Misteriosamente en una parte del río había un cieno especial que los aldeanos, no se sabe... cómo..., ellos, investigaron y comprobaron que era una fuente de energía muy especial, muy barata y nada contaminante. Y toda la iluminación del pueblo procedía de esa fuente energética.
La nueva familia enseguida se integró con la gente del pueblo. A su manera, eran  queridos y respetados por todos; aunque los oriundos, a veces, no entendían su peculiar manera de comportarse, y menos, los cultivos ecológicos, que ellos les proponían.
Algo raros... son, estos forasteros, comentaban a menudo entre ellos, los lugareños.
Y, lo mismo le decía Celeste a su marido: hay algo raro en los vecinos... qué no acabo de entender...

 Allí, en la Casona Amarilla,  se respiraba paz y tranquilidad; todos sus miembros vivían felices y en armonía, los padres se dedicaban al  cultivo ecológico de verduras y hortalizas...
Y, la niña era la más feliz de todos, ya que se pasaba el día correteando río arriba y río abajo, como un animalillo salvaje. Por supuesto, siempre, con la vigilancia atenta de su madre, Celeste.
Pero mira tú... por dónde... un mal día llegó la desgracia a esta familia, cuando en una de esas visitas al río, Lluvia, desapareció de manera misteriosa...
 Y por más que la buscaron no la encontraron, ni de día ni de noche... Parecía que se la había tragado la tierra.
Todos los vecinos tenían la esperanza de que apareciese, confiaban en que no se hubiese ahogado, ya que la niña aprendió a nadar prácticamente desde que nació, pues su madre la parió en una piscina cuando vivían en la capital. 
Celeste, les contó a sus vecinos, que Lluvia nació en una piscina al lado del mar, y que salió de su útero, prácticamente, nadando como un pececillo, brillante y escurridizo, igual que una gotita de agua de lluvia... Por ese motivo la llamaron, Lluvia.
Así pues, no es de extrañar de que a Lluvia le encantara el agua, y en cuanto veía un rayo de sol se escapaba al río, se metía en el agua, buceaba y jugaba con los pececillos, las ranas, los renacuajos, los galápagos, y, sobre todo, jugaba con las nutrias, con las mariposinas blancas y las libélulas de colores.
Ayudaba a las nutrias a preparar sus presas con los palos que flotaban en las aguas,  y a quitar el barro que taponaba las entradas a sus cuevas.
Las "jaovas"florecidas se agarraban a su cintura y colgaban de su gracil cuerpecito como un  bello vestido de hawayana.
Las culebrillas de agua se enroscaban en sus muñecas como si fueran brazaletes.
Las libélulas se colocaban alrededor de sus ondulados cabellos dorados, formando entre ellas una corona alrededor de su cabeza, mostrándose como una bella sirena:
La Sirenita del Ambroz, la llamaban en el pueblo. 
Allí, en las aguas del río, Lluvia era muy feliz, a pesar de que, en más de una ocasión, una pandilla de niños traviesos se acercaban hasta la orilla y se divertían lanzándoles piedras...
Excepto el hijo del vaquero, un niño larguirucho y de cuerpo atlético, muy moreno, y de grandes ojos, negros y huidizos.
Este niño, se pasaba el día correteando por el campo en bañador, como única prenda de vestir.
Y, permanecía, observándola en la lejanía, como una estatua de bronce, clavado en el secarral, entre los rastrojos de los campos de trigo que estaban cerca del río, detrás de las frescas choperas, en la zona de la barranquilla.
Permanecía allí, en lo alto de la barranquilla, mirando como se divertía Lluvia en el agua; a veces se acercaba y se metía en el río, pero a gran distancia de ella.
Allí, en el río, tanto la niña como el niño resplandecían por igual:
La niña brillaba por la hermosura frágil y delicada de su piel  nacarada y el niño brillaba por la hermosura de su cuerpo atlético de color canela.
 Ella, se daba cuenta de la presencia del muchacho, pero como era muy pequeña, sólo le sonreía y continuaba nadando, y, él, se escondía entre las tamujas y espadaña..., nunca le decía nada, solamente la observaba sin quitarle ojo.
Cuando los niños del pueblo se divertían lanzándole piedras a Lluvia, el muchacho se ponía en guardia, y les respondía de la misma manera; organizándose una gran batalla campal en el río.
En esos momentos, de guerra en el agua, todos los pececillos, ranas y galápagos, asustados, se escondían en lo más profundo del río.
Y, Lluvia, un poco acalorada, les gritaba y les devolvía las piedras...
Ellos reían alborozados, y la llamaban cara de rana, pero ella se zambullía en las profundidades del río buceando hacia lo más profundo y los chicos nunca lograban alcanzarla.
Y así, de esa forma inocente y divertida, pasaba Lluvia la mayoría de las tardes metida en el río. 
Hasta que llegó ese fatídico día primaveral, cuando la niña, como siempre, antes del atardecer, se había acercado a zambullirse en el río, y de manera misteriosa, desapareció sin dejar rastro alguno.
Su madre, siempre la vigilaba en la distancia, desde su ventana, la dejaba que fuera a esa zona del río dónde las aguas eran someras, que tan solo le llegaban a Lluvia por debajo de las rodillas...
Y, además, en el remanso donde ella jugaba con los renacuajos, no había ningún peligro.
Cuando, esa tarde, la perdió de vista se dirigió inmediatamente hacia el río, la llamó a gritos y la buscó hasta debajo de las piedras pero la niña no acudió.
La buscaron todos los habitantes del pueblo, durante todo el día y toda la noche pero no la encontraron...
Le preguntaron al hijo del vaquero si la había visto...Y, él , les contó una historia poco creíble:
Que sí..., que..., la había visto, que vio a Lluvia que estaba jugando en un charco del río... cómo hacía a menudo. Jugando con los renacuajos, y que de repente los renacuajos emergieron de las aguas como monstruos de otras galaxias, con unos cabezones enormes, con dos taladrantes  ojos saltones y con los cuerpos transparentes.
 Convertidos en  enormes gigantes de más de dos metros, y cogiendo a la sirenita se sumergieron en el cieno desapareciendo con ella.

Nadie quiso creer al hijo del vaquero, según los vecinos del pueblo, este chico era un poco raro, y a partir de ese día se trastornó un poco más.
Y, se trastornó de tal manera, que tuvieron que llevarlo a un sanatorio especial, estuvo allí ingresado un tiempo, hasta que  tuvieron que sacarlo porque ni comía, ni bebía...
Desde entonces todos los niños del pueblo, que eran un poco crueles, le pusieron de mote: "el Loquillo".
 Nadie, en el pueblo, podía creer que Lluvia se hubiese ahogado... Pero, claro, tampoco creían la versión del chico...
Pasaba el tiempo..., y como la niña no aparecía..., los habitantes del pueblo, ya cansados,  dejaron de buscarla, excepto su madre que seguía confiando en encontrarla viva algún día.

Cada día su madre se acercaba al río y lo recorría tramo a tramo,  mirando rincón por
rincón, concienzudamente, con la esperanza de encontrarla, pero no había suerte, Lluvia no aparecía ni viva, ni muerta. 
Celeste, cada día, se iba llorando de pena a su casa, pero al día siguiente volvía a realizar la misma operación, unos metros más abajo, y así, poco a poco, iba peinando toda la orilla, siempre soñando con que un día de esos, daría con ella.
La gente del pueblo comenzó a comentar que Celeste se había vuelto loca, pues había abandonado todas sus tareas de la finca y de la gran casona amarilla, y se había abandonado mucho. 
Muy deteriorada físicamente, y muy desgreñada, se pasaba el día buscando a su niña, a su sirenita, por las riberas del Ambroz. 
Se compró una tienda de campaña y muchas noches dormía a la orilla del río para estar atenta a todo lo que allí sucedía.
Su marido la abandonó, marchándose a vivir a Madrid, sumándose a la opinión de los habitantes del pueblo, que se había vuelto loca.
A, Celeste, le traían al fresco sus opiniones, e, incluso, la de su marido, ella lo único que quería era encontrar a su preciosa hija, a Lluvia.




 Habían pasado ya ocho años de la desaparición de Lluvia, y un día de estos en los que Celeste había acampado y dormido a la orilla del río, en una zona, llamada el Charco del Arenal... a primeras horas del día, cuando el sol apenas había salido, la despertó un gran golpe, provocado por un fuerte chapuzón en el agua, y seguidamente oyó un gran jolgorio de risas cantarinas, croar de ranas y trinos de pájarillos.
Celeste abrió con cuidado la cremallera de su tienda, se asomó al río, y cuál no sería su sorpresa... cuando en un recodo del río, al lado de unos grandes canchales, donde las aguas corrían y caían cristalinas a una poza muy oscura y profunda, rodeada por los enormes y fantasmagóricos canchos resbaladizos, vio a una jovencita con una larga cabellera de color de las "jaovas", verde- brillante, adornada con caracolillos blancos, y coronando su cabeza una diadema de hermosas e irisadas libélulas, que revoloteaban a su alrededor.
La joven era de una belleza un tanto extraña y enigmática, tenía, los ojos grandes, verdes y saltones, su boca era pequeña y sus labios eran  gruesos y carnosos como la boca de un pez.
Cubría su  estilizado cuerpo un vestido de "jaovas" verdes llenas de florecillas blancas y amarillas.
La extraña criatura bailaba en medio de las aguas mientras las ranas, los sapos y los pájaros cantaban alegremente.
 Los pececillos pequeños, nadaban a su alrededor y limpiaban su piel dándole pequeños mordiscos.
Celeste no quiso salir de la tienda para no ser vista; temía que si la descubría, se asustara y desapareciera, y, allí, escondida en su tienda, detrás de los tamujales morados, contemplaba estupefacta la escena.
Lógicamente, lo primero que pensó fue, que esa joven..., bien podría ser su hija Lluvia, pero su gran espera la había hecho ser muy precavida..., y había aprendido a no ser visceral, y a no precipitarse en tomar  decisiones.
Tan sólo le asaltaba una gran duda : ¿Cómo era posible que hubiera sobrevivido tantos años en el agua?
Llegó a la conclusión de que eso ahora, no era importante, le daba igual, lo importante es que estaba ahí, y lo único que le preocupaba en esos momentos era descubrir si realmente era ella.
Sólo había una forma de saber si era Lluvia, y era ver si tenía una mancha de nacimiento, una mancha roja, que parecía un pez, en su muslo derecho.
Pero, claro, no se le veían las piernas, porque estaba metida en esa poza de aguas profundas y oscuras...
Paciencia, discreción y guardar el secreto, pensaba Celeste, eso era lo más prudente que podía hacer. 
Este sería su gran secreto..., no se lo diría a nadie... Ya había cogido en el pueblo fama de loca... Y, lo único que podía pasar es que alguien la siguiera, asustara a la joven y desapareciera otra vez.
 Después de todo el tiempo que llevaba buscándola no iba a permitir que eso sucediera.

La joven continuaba nadando en el agua y dando piruetas en el aire con las dos piernas juntas, enredadas en "jaovas" verdes y tallos de enredaderas silvestres, parecían soldadas, simulando a una enorme cola de sirena. 
Esta imagen desilusionó enormemente a Celeste, pues con ese follaje no habría forma de ver si tenía el antojo.
Pero..., no era el momento para el desánimo..., paciencia, todo se andaría, lo más importante,  que me parece... que he encontrado a mi hija, se volvió a repetir para ella misma, dándose ánimos.
La sirenita del Ambroz, dejó de bailar,  y muy quieta, cómo esperando algo..., con la cabeza echada hacia atrás, con la boca abierta y mirando al cielo...
 Al instante aparecieron tres oropéndolas y dos abejarucos de colorines estridentes, que traían comida en el pico: gusanillos, semillas, trozos de frutas, ciruelas, manzanas, y toda clase de vegetales...Y, con muchísimo cuidado y delicadeza lo iban depositando en la boca de la extraña joven.
Cuando terminó de comer, dos nutrias le acercaron dos palos largos, y con sus atléticos brazos,  la sirenita se agarró a ellos, y utilizándolos como pértigas se subió a la orilla del río, se echó allí a dormir apoyando su cabeza en un matojo de tomillo florecido.
Y, con los primeros rayos de sol de la mañana, su cuerpo se calentaba y brillaba como el cuerpo escamado de un bonito pez... Allí, estaba perfectamente camuflada entre los aguaperos florecidos, los juncos y el tomillo perfumado.
Se quedó profundamente dormida, y Celeste pudo comprobar que roncaba como su niña, cuando en sus primeros años de vida tenía las vegetaciones muy desarrolladas.
En ese instante, pensó Celeste, que podía acercarse, para ver si podía encontrar la mancha roja en la pierna derecha.
Se acercó a ella, acarició, tímidamente, su carita fría y sus cabellos verdes llenos de  extraños caracolillos blancos, que ella jamás había visto por esa parte del río, ni por ninguna otra parte.
 Dormía profundamente, y con mucho cuidado intentó separar las "jaovas" verdes de la pierna derecha, pero allí había tal entramado de tallos y de hojas que resultaba totalmente imposible separarlos sin despertarla.
De repente, entre unos palos que flotaban en el agua, asomaron sus cabezas unas atrevidas y relucientes nutrias, se acercaron a la sirenita, y tirando de la cola la introdujeron en el agua.
Celeste no trató de retenerla, se contuvo y pensó...: paciencia, sólo la paciencia me hará recuperar a mi niña.
Se escondió detrás del matorral, y pudo ver cómo la joven despertándose, con cara de sorpresa y buceando, se metía por el agujero de una gran cancho que había en el Charco del Arenal.

De repente  se oyó el golpe seco y fuerte de un palo en el canchal, que asustó a Celeste, miró hacia atrás y vio al hijo del vaquero, al joven, que apodaban en el pueblo el "Loquillo".
 Al que ella veía a menudo, montando a pelo, en su caballo negro, recorriendo los campos y galopando sin parar día y noche, desde que desapareció Lluvia.
Se acercó a ella,  gesticulaba con todo su cuerpo, con los brazos,con los ojos, con los labios, emitiendo unos sonidos guturales ininteligibles.
-¡Hola, hijo!: sigo aquí buscando por las aguas a mi hija Lluvia.- le dijo Celeste guardando la compostura, y disimulando su susto-
 Ya veo, que tú... estás muy bien,  recorriendo los campos montado en tu bonito caballo...

El chico no le dijo nada, entre otras cosas porque nunca había conseguido emitir una palabra que se entendiera desde que desapareció la niña.
El Loquillo, subido en un enorme cancho, dio dos golpes con su vara larga y se marchó galopando en su caballo negro zahíno,  y  al instante desapareció entre los canchos y las encinas.
 Se quedó un poco mosqueada con el extraño sonido que habían provocado los golpes de la vara en la roca, y le pareció que era un sonido hueco, que retumbaba..., pero no dijo nada.
Cuando ya se había marchado el chico, cogió una piedra y dio unos golpes secos en la gran roca y pudo comprobar que, realmente, sonaba a hueco. 





Encima del enorme cancho había una centenaria encina con el tronco hueco, Celeste trepó por ella, y asomándose por el agujero pudo ver, con los rayos de sol que entraban por el agujero, que el suelo estaba lleno de arenas blancas, valvas gigantes de mejillones y caracolillos blancos.
 Bajó de la encina, llena de dudas y de esperanza, y por un momento tuvo la idea de introducirse por el agujero, pero pensó que ya había tenido bastante por ese día..., tenía que tranquilizarse y tomar distancias para no meter la pata.
Se marchó a la casona amarilla cavilando con una idea, que le iba rondando por la cabeza, mientras caminaba...
Al llegar a su casa, cogió dinero, se dirigió al pueblo,y  fue directa a la tienda de las golosinas, compró lágrimas violetas, que eran las golosinas preferidas de su hija cuando era pequeña. 
Al día siguiente mucho antes de que amaneciera guardó en su mochila las lágrimas violetas y se marchó al charco del arenal con la esperanza de volver a ver la escena del día anterior.
Llegó a la zona, se metió en la tienda de campaña, detrás del matorral, y en pocos minutos la alertaron, los cantos armoniosos de los pájarillos, de las ranas, y de una fuerte sacudida en las aguas.
Inmediatamente apareció en la superficie de las aguas la joven, e hizo su ritual: bailó en las aguas, los pececines limpiaban su piel dándole pequeños mordiscos, las oropéndolas y los abejarucos traían  comida en sus picos y la depositaban en su boca.
Los movimientos de su boca simulaban a los movimientos de la boca húmeda y carnosa de los peces que nadaban a su alrededor.
Después de comer y de jugar un rato en el agua, las serviles nutrias le acercaron los dos palos y  subió a la orilla, se tendió en la suave alfombra de hierbas, apoyó su larga cabellera verde adornada  de caracolillos blancos, en una mata florecida de tomillo perfumado, y tapó su cara con los pétalos morados y suaves del tomillo...
 Y, con los rayos de sol que calentaban, tibiamente, su cuerpo, se quedó profundamente dormida, allí, camuflándose perfectamente con el matorral.
 Mientras tanto las nutrias hacían guardia detrás de unos troncos que flotaban en el río, pegadas a la orilla donde dormía la sirenita.
Celeste se acercó con cuidado y volvió a acariciar a la niña, besó su frente y abrió su manita verdosa y fría y depositó en ella las lágrimas violetas.
No intentó buscar el antojo en su pierna pues una nutria no la perdía de vista.
Se escondió de nuevo, y observó que, cuando despertó miró sus manos con extrañeza, cogió una lagrima violeta entre sus dedos verdes, la miró y la remiró, e instintivamente se la metió en la boca, chupó y degustó con ganas y alegría el rico caramelo.
A continuación, cogió un manojo de tomillo, se lo acercó al cuello y comenzó a olisquearlo como un animalillo salvaje, se lo ató al cuello, y , de repente aparecieron una bandada de mariposinas blancas que se acercaron a su cara y  la "tupieron" a besos...
 Se despidió de ellas lanzando besos al aire, se zambulló en el agua, y finalmente se metió en la cueva, después de reír, saltar y brincar con sus amigos: los peces, las ranas, las nutrias, las oropéndolas, los abejarucos, los colorines, los pardales y las libélulas.

Celeste, cada vez más anonadada, por el espectáculo que acababa de contemplar... Se quedó muy triste cuando desapareció, pero enseguida le vino un flash a su mente, al recordar el gesto de la joven: olisqueando el tomillo con tanto entusiasmo, y le vino a su memoria..., que la colonia que ella usaba cuando su preciosa niña desapareció, era una colonia de esencia de cantueso.
Pasó allí todo el día, por si volvía a aparecer, pero ya no salió más veces...
Decidió, marcharse a su casa y buscar la colonia que no había vuelto a ponerse desde hacía siete años.
Buscó la colonia, y el pañuelo blanco que a Lluvia le gustaba tener entre las manos mientras dormía. Lo perfumó y lo guardó en su pecho.

Al día siguiente, antes de que amaneciera, se marchó con el pañuelo perfumado y con otro puñado de lágrimas violetas.
Caminaba por la orilla del río, saltando alambradas y abriendo porteras hasta llegar al Charco del Arenal.
 Esa zona del río era totalmente diferente a toda la ribera del río, estaba llena de canchos horadados por el agua, simulando formas y figuras extrañas, oscuras que brillaban con el paso del agua.
Justo en la zona donde se aparecía la sirenita, había dos enormes canchos en medio de un pequeño lago, que tenían forma de tronos, eran como dos grandes asientos que el agua había esculpido perfectamente para ser ocupados por personajes importantes.
El acceso a esta parte del río era un poco complicado ya que las enormes tamujas con sus pinchos hacían un poco difícil el paso, pero Celeste estaba ya acostumbrada a pasar entre ellas sin hacerse ningún rasguño; llevaba mucho tiempo fundiéndose, prácticamente, con la naturaleza, intentando encontrar un resquicio que le diera una pista para encontrar a su hija.

Una vez más, montó su tienda detrás del matorral sin hacer ruido y se escondió con la esperanza de que volviera a aparecer.
Cuando salieron los primeros rayos de sol, sucedió lo que había venido pasando los días anteriores...
La Joven, después de un gran golpe en las aguas, subió a la orilla para dormir calentita con los primeros rayos del sol saliente, y, como hacía habitualmente, colocó su cabeza en una almohada de flores moradas del tomillo "florecio".
Celeste esperó a que estuviera profundamente dormida, y cuando oyó ronquidos se acercó a ella e intentó de nuevo buscar el antojo, el pececillo rojo, en la pierna, pero era imposible, las enredaderas se habían entrecruzado de tal forma, que habían tejido una trama tan fuerte que era imposible separar.
 Pensó en cortar la trama con unas tijeras, pero la detuvo el pensamiento de que si al meterse en el agua se le deshacía el entramado perdería su cola y podría ahogarse en las aguas.
Con mucho cuidado limpió su cara verdosa con una toallita, y vio que se parecía mucho a ella cuando era joven.
Puso las lágrimas en su mano, y le colocó en el cuello su pañuelo perfumado con la colonia de esencia de cantueso.
Las nutrias que vieron, el treje maneje de Celeste... rápidamente tiraron de la cola de  la sirenita y la introdujeron en el agua.
Se despertó con el chapuzón, abrió el puño y, de nuevo, miró las lágrimas violetas con cara de sorpresa  metiéndoselas en la boca.
Se tocó el cuello, cogió el pañuelo, y comenzó a olisquearlo como un animalillo salvaje, de repente se puso a dar saltos de alegría, sin separar el pañuelo de su nariz.
Unos jilgueros emitieron un canto de alerta, y acto seguido zambulléndose en el agua se metió en la cueva.
Celeste estaba contentísima, ya casi estaba segura de que esa joven era su hija Lluvia, por la reacción que había tenido al oler el pañuelo perfumado, le daba a entender que había recordado el perfume de su infancia.
Pero todavía no podía hacer nada, no debía precipitarse, tenía, de alguna manera, que ganarse su confianza... no podía sorprenderla; había que estudiar la forma de conseguir que al acercarse a ella, no huyera.





Lo primero que tenía que hacer..., pensó Celeste, era ganarse la confianza de las nutrias guardianas...
No sabía de qué manera... Ella había leído que las nutrias eran unos animalillos muy gregarios y sociables, y era posible que hubiesen adoptado a Lluvia cuando, pequeña e indefensa, se perdió en el río .
Así pues, en lugar de enfrentarse a ellas..., debería ganárselas, y tenía que demostrarles que ella les estaba muy agradecida por haberla cuidado y protegido durante tanto tiempo.
 Se le ocurrió, comenzar ayudándolas a recoger troncos y ramas del río para construir las represas.
Así pues..., se metió en el río y, allí, donde las nutrias tenían una represa incipiente empezó a llevar troncos y les hizo una represa en toda regla.
Las nutrias la miraban con cara de sorpresa escondidas entre las hojarascas que flanqueaban la entrada de la cueva.
Cuando terminó,  se quedó allí parada, mirando la entrada de la cueva... y se le ocurrió la idea de ofrecerles comida.
Salió del agua, cogió los pescados, moluscos y crustáceos que había traído de casa y se volvió a meter en el río.
E, iba poniendo los alimentos en las hojas que iban flotando por el río, y con mucha delicadeza, se las acercaba.
Ellas, esquivas, asomaban sus hociquillos, olisqueaban, las presas pero no se decidían... Hasta que una, la más pequeñita se acercó a ella, cogió una pieza, se la comió... y las demás se fueron acercando, poco a poco y se dieron un buen festín.
Finalmente, se acercaron a Celeste, olisqueando y acariciando su cuerpo con la cola.
Comenzaron a llegar al río las libélulas y se posaron en sus cabellos dorados, formando una preciosa diadema.
 Y, las mariposinas blancas, como hacían todos los días con la sirenita, la "tupieron" a besos.

Celeste estaba feliz con el espectáculo, eso indicaba que los animales de alguna forma, quizás instintivamente, ya la habían relacionado con su hija.
Entonces intentó acercarse a la boca de la cueva para ver si podía entrar, pero... la entrada estaba tapada por una enorme verja, que ella antes no había visto.
Se acercó un poco más, y dio un salto tremendo hacia atrás, cuando comprobó que los barrotes de la verja, no eran tales barrotes sino que eran unas enormes y fuertes culebras de agua...
Salió corriendo del agua y muy asustada se metió en la tienda y se puso a llorar
desconsoladamente, y una mariposina blanca, que revoloteaba a su alrededor, enjugaba sus lágrimas con sus sedosas alas.
 Y, como queriendo decirle algo importante..., la mariposina blanca, entraba y salía por una  rendija de la tienda.
Celeste salió de la tienda y la siguió; si ella se paraba, la mariposina se detenía; si andaba... la mariposina continuaba volando a ras del suelo, o cerca de sus cabellos, siempre a su lado.
Se detuvo cuando llegó a una pradera donde estaban descansando unas enormes y "parramplonas" vacas lecheras. Voló hacia ellas, y se posaba en las ubres de las vacas,  seguidamente revoloteaba cerca de las manos de Celeste, y a continuación, volvía a posarse en las ubres de la vaca.
Celeste, se dio cuenta de que, de nuevo, le estaba mandando un mensaje...
 Y, recordó, que de pequeña su madre le contaba un cuento... que decía que a las culebras les gustaba mucho, mucho... la leche y que eran muy golosas...
Les llevaría leche a las culebras guardianas de la cueva, se haría amiga de ellas y así probablemente la dejarían pasar.
Ordeñó a una vaca y en una cantimplora llevó la leche al río. Se sumergió en el agua, se acercó a la entrada de la cueva y, allí..., flanqueando la puerta, seguían las estiradas y enormes culebras, como grandes barrotes de hierro, cerrando y flanqueando la entrada, y mirándola con cara de malas pulgas.
Cogió, Celeste, un corcho, en forma de cuenco, que flotaba por el río; lo llenó de leche y se lo ofreció a las culebras, y las culebras que son muy golosas se fueron acercando al cuenco y sorbían la leche con gran avidez.
Celeste se quedó tiesa cuando las culebras comenzaron a acercarse a ella y rozaban su frío cuerpo con el suyo.
Pero entendió que era un gesto o una señal de agradecimiento. 
 Ella que le tenía pánico a las culebras, estaba muy tensa, no se movió, pero las culebras se relajaron y se alejaron de la entrada de la cueva.
Se sumergió en el agua y buceando encontró la oscura entrada, pasó y a pocos metros,  vió una luz, que entraba desde lo alto que iluminaba la cueva.
 Sofocada por la gran tensión que había sufrido, hizo unas respiraciones profundas y comenzó a caminar a gatas por una rampa resbaladiza de tierras arcillosas, con el fin de  llegar hasta donde estuviera la sirenita.
Cuando llevaba caminando unos cuantos metros se encontró de narices con un lago subterráneo, precioso, con aguas cristalinas y arenas blancas.
Y, a la orilla del agua del diminuto lago, había un mejillón gigante en cuyas valvas había arena blanquísima, y, allí dormida, estaba la sirenita del Ambroz.
Celeste no la despertó, sino que se echó en una de las valvas...a su lado, y mirándola con amor y agarrándola de la mano se quedó profundamente dormida.
Cuando se despertó tenía encima de ella a la hija, olisqueándola y abrazándola, como un animalillo salvaje.
 Celeste se quedó inmóvil e inmediatamente empezó a corresponder con sus caricias.
Risas y lágrimas corrían por sus caras,  besos y abrazos envolvían a madre e hija.
La madre se incorporó y la sirenita tocaba sus piernas, y señalaba con sus dedos su enorme cola tejida con tallos de enredaderas.
Intentaba hablar, pero no le salían las palabras y lo único que hacía, con gesto nervioso, era señalar hacia el techo de la cueva.
Celeste sacó un machete que llevaba a la cintura y comenzó a cortar el entramado, la joven miraba con paciencia lo que hacía su madre.
Era una labor inmensa: cortar todos lo tallos y raíces que llevaban allí en sus piernas siete años.
Comenzó a cortar el entramado por la pierna derecha y apareció una piel verdosa y ensapada que se fue estirando al contacto con el aire.
 Limpió con mucha delicadeza la piel  y de repente apareció el antojo. Se lo enseñó a la sirenita y, ella, se bajó su pantalón y le enseñó el mismo pececillo rojo que tenía en su pierna derecha.
 Ella, le sonrió, estiró sus brazos hacia Celeste, y se abrazaron.
Por fin había encontrado a su querida hija, Lluvia. Estuvo todo el día quitándole la cola y cuando acabó separó sus piernas con mucho cuidado.
Estaban muy débiles para poder caminar, pero musculadas por el ejercicio que hacía en el agua cuando nadaba.
Pasaron dos días en la cueva, Celeste agarraba a su hija de los brazos, la ayudaba a caminar, y poco a poco, Lluvia, comenzó a caminar sola.
Cada día, cuando salían los primeros rayos de sol, salían las dos de la cueva deslizándose por el tobogán y después de jugar con las nutrias, ranas, peces, y galápagos y de desayunar con los alimentos que le traían los abejarucos y las oropéndolas..., subían a tierra a tomar el sol.
Celeste hablaba a su hija y Lluvia muy atenta repetía todas las palabras.
Cómo ya caminaba sin dificultad, había llegado el momento de  abandonar la cueva y marcharse al pueblo.
 Cuando iban a despedirse de todos los animales, protectores de Lluvia, que vivían en el río, se oyeron tres golpes secos en el techo del canchal.
La joven se puso muy nerviosa y se abrazó a su madre.




Celeste no comprendía el comportamiento de su hija y por más que le preguntaba, qué era lo que le pasaba, no lograba articular palabra.
De pronto se oyó una voz fuerte y ronca y, con palabras enredadas:
-No pensará... que se va a llevar de la cueva a mi sirenita.
-¿Quién eres? -dijo Celeste, sobresaltada-
-Soy yoooo...,¡ Míreme bien!
 ¿Es que no me reconoce...?
-Nooo..., no te reconozco... con toda la cara embarrada...
-Yo soy el hijo del vaquero, el Loquillo, como me llaman en el pueblo.
-¿Pero qué haces tú aquí?
¿Es que tú sabías que estaba aquí mi niña?
-Señora llevo cuidando de ella durante ocho largos años y no voy a permitir que se la lleve.
¿Qué hubiera sido de ella, si yo no me hubiera ocupado de atenderla?
- No entiendo nada... ¡Anda hijo!, déjanos salir..., me ha costado tanto sufrimiento encontrarla...
-No puedo dejar que se marche, ellos, los renacuajos gigantes, si se la lleva se enfadaran mucho..
Vendrán a por mí y lo pagaran con todo el pueblo si la dejo marchar.
-¿Pero quienes son ellos?
-Ellos, como ya le he dicho, son unos renacuajos gigantes..., que vienen al río siempre que cambia la luna.
-¿No entiendo nada?
-Le colocan en la cabeza los caracolillos blancos y a través de ellos le sacan toda su energía.
Es como si la exprimieran, al  colocarle los extraños caracolillos blancos en su frente y en sus cabellos... En esos momentos, ella, comienza a palidecer hasta perder el conocimiento.
A continuación, ellos, van arracándole los carcolillos y poniéndoselos  en sus enormes cabezas, que inmediatamente, comienzan a hincharse y a estirarse.
¿Alguna vez ha visto usted por estas tierras esos caracolillos de ese blanco tan radiante...?
-¿ A qué no?
¿Y..., sabe lo que le ocurre después...?
Pues..., que cuando se marchan la dejan en la cueva, inconsciente y casi sin aliento.
Entonces yo tomo aire, le hago la respiración artificial, y poco a poco va recuperando la energía y el oxigeno que le han robado.
Además le traigo alimentos a menudo, pero ella no me reconoce, los hombres renacuajos la dejan sin memoria.
Ya sé que nadie me cree... Y, que no me creyeron cuando de niña desapareció...
También sé que todos dicen que estoy loco, pero no es cierto, yo no estoy loco, yo los he visto y puedo saber cuando van venir. 
Ellos salen del fondo de las pozas del río... y cuando lo hacen huele toda la zona a un fuerte olor a cieno que es insoportable.
Sus grandes cabezas de renacuajos son transparentes y brillan como una enorme luz blanca cuando empiezan a salir del cieno.
Sus cuerpos gigantes y transparentes dejan ver el interior de sus órganos...

-Muy bien, hijo, yo quiero creerte, y aunque me parece todo muy raro, yo voy a creerte...
 ¿Pero, por qué no nos marchamos todos ahora que no están ellos?- le dice Celeste, intentando  no enfadarle-.
De repente el loquillo mira las piernas de la Sirenita y grita:
-¿Qué ha hecho con su preciosa cola, me ha costado mucho tejerla para que ahora usted se las hayas cargado?
-No se da cuenta..., que si no hubiera sido por la cola no hubiese sobrevivido en el río.
-Pero... ya no va a vivir más en el cueva, ni en el río, me la llevo a nuestra casa.
-Todavía no te has enterado que ellos cuando vengan y no la vean la buscaran por todas partes...
¡Ella... es su fuente de oxigenación para poder vivir en las profundidades...!
Debo de reconocer que eres una mujer fuerte y valiente..., y sobretodo muy inteligente...
He observado como has conseguido ganarte la confianza de los animales guardianes, cosa que yo no he conseguido en todos estos años, pero a mí no me vas a manipular tan fácilmente como a ellos...
-¡Déjanos salir de la cueva por dios! No sabes lo que he deseado que llegara este momento; yo te daré lo que me pidas.
-No quiero nada, sólo quiero a la sirenita, usted..., puede marcharse a su casa..., y si quiere que a su hija no le pase nada procure no decirle a nadie lo que aquí ocurre.

Celeste, volvió a recurrir a su paciencia y experiencia para no desesperarse. Lo importante era que había encontrado a su hija.
Procuraría no dejarla sola ni un solo instante. Tenía que encontrar la forma de deshacerse del Loquillo.
Él, y sólo él, la ha tenido secuestrada todos estos años, y todo ese invento de los hombres renacuajos es producto de su imaginación y de su locura...
-Puedes venir a vivir a mi casa y seguir siendo amigo de mi hija- le dijo Celeste.
-Señora, sigue sin entender que la existencia de los hombre renacuajos es una realidad y que bajo ningún concepto podemos sacarla de la cueva...
A Celeste no le quedaba más remedio que ganarse su confianza, y luego estudiar un plan para salir de la cueva con su hija.
El loquillo volvió a atar las piernas de Lluvia con lianas y enredaderas, pero su madre cuando él se marchaba a vagar con el caballo por las praderas, le quitaba las enredaderas y caminaban dentro de la cuevas largo rato para fortalecerlas.

Como no encontraba la forma de engañarle, pensó en los animales que tanto cariño le tenían a Lluvia.
Pensó en meter a todos los animales en la cueva, para ello debería poner grandes montones de comida: pescado, moluscos, crustáceos, frutos secos y baldes de leche por toda la cueva.
Esperó pacientemente, y uno de esos día que él salió a recorrer el valle en su caballo, y que regresaba muy cansado... El joven entró en la cueva deslizándose por el agujero de la encina, y se echó a dormir dentro de las valvas gigantes, quedándose profundamente dormido al instante.
 Celeste fue poniendo montoncitos de pescado, moluscos, crustáceos, frutos secos y leche por toda la cueva.
 Donde más concentró la comida fue alrededor de dónde él dormía...
Cuando se despertó, y quiso salir del lecho, no pudo, ya que le rodeaban grandes lagartos, enormes nutrias, topos, ratas de agua y gigantescas serpientes..., y no le dejaban moverse de allí.
 Los animales le veían como un impostor y le plantaban cara pues no reconocían su olor.
Mientras tanto  Celeste y Lluvia ya hacía mucho rato que habían abandonado la cueva.
 Se montaron en el caballo del Loquillo, y se dirigieron al pueblo directamente, al cuartel de la guardia civil.

El loquillo se quedó allí, asustado e inmóvil, en la cueva rodeado de todos los animales amenazantes.
Celeste y lluvia cuando llegaron al pueblo, era la hora de la siesta y no se veía ni un alma por las calles.
 Hacía un calor sofocante, a Lluvia, que estaba acostumbrada a un ambiente húmedo, le costaba respirar, y su piel comenzó a tensarse para luego agrietarse.
Cuando llegaron al cuartel de la guardia civil para denunciar al "Loquillo" y contarle toda la historia al sargento... Lluvia sufrió un mareó y el mismo sargento, impresionado por lo que le había contado Celeste, llamó al médico e inmediatamente se personó allí para reanimarla.
La noticia corrió como la pólvora por el pueblo, y la gente escuchaba y callaba, con caras de preocupación y miraban a la chica con asombro.
Se hizo tarde y Celeste no pudo acompañar a la guardia civil a la cueva para detener al Loquillo, su hija debía descansar y ella no iba a dejarla sola ni un solo instante. 
Les dio las indicaciones para llegar a la cueva: en la gran poza del Charco el Arenal, justo donde el agua ha esculpidos dos grandes asientos que parecen dos tronos, -les dijo-.
Pueden acceder al interior por el hueco del tronco de una enorme encina que está al lado de un gran cancho...
El sargento, le dijo que sabía donde estaba esa zona, que no se preocupara que lo encontrarían y lo detendrían.
Celeste se marchó a su casa, metió a su hija en la bañera y Lluvia empezó a recuperarse poco a poco.
Le preparó una exquisita cena y esa noche antes de irse a la cama cerró todas las contraventanas y portones, y se fueron a dormir las dos juntas.
Lluvia no dejaba de besuquear a su madre y de sonreír, al ir reconociendo todos los juguetes de su infancia.

A la mañana siguiente había una cola de vecinos curiosos a la puerta de la Casona Amarilla porque querían ver a Lluvia.
 Celeste salió a la calle con su hija y los vecinos curiosos la miraban y cuchicheaban: Está verdosa como un renacuajoooo...
El alcalde se acercó a Celeste y le dijo: me he acercado al cuartel de la guardia civil y allí no hay nadie, todavía deben de estar rastreando el lugar porque no han venido.
-A, ver..., hija - dijo el alcalde-:
-¿ Cuéntame a mí lo que ha ocurrido allí?
Celeste entró con el anciano alcalde en su casa y comenzó a contarle la historia que el Loquillo le había relatado de los hombres renacuajos.
El alcalde se quedó pensativo y le dijo a Celeste:
No es la primera vez que oigo hablar de  ese tipo de fenómeno, pero hija no te preocupes..., no son más que cuentos chinos.
Por ejemplo..., hay otra leyenda, que se conoce en el pueblo de toda la vida, dónde cuentan que  una moza del pueblo que se quedó lavando en el río hasta el anochecer, desapareció misteriosamente...., cuando unos gigantes translúcidos, con cabezas de renacuajos salieron de los lodos del río.
Es posible que el Loquillo haya oído algo de esto..., y se haya montado su propia película.
Pero son leyendas y no hay que hacer caso de esas bobadas...
Ya sabes que él no anda muy bien de la cabeza, y será una alucinación más de las suyas...

Al rato apareció la guardia civil trayendo esposado al chico, que rugía y les insultaba como un animal y les amenazaba con quitarse la vida si le encerraban en el calabozo.
Y, gritaba hasta la extenuación:
 No he sido yo..., han sido los hombres renacuajos..., yo quiero a mi sirenita..., yo la he cuidado mucho..., por eso ha sobrevivido...
Se lo llevaron del pueblo atado con una camisa de fuerza y lo encerraron en un sanatorio  y en mucho tiempo no volvió al pueblo.
Poco a poco, Celeste y Lluvia fueron haciendo vida normal, siempre iban las dos juntas a pasear por el campo y a bañarse al río.
Convinieron los padres, de forma provisional, Celeste y Pedro, que Lluvia se fuera a  recibir tratamiento psicológico y a pasar una temporada con él a la  gran ciudad.
Celeste no le perdonó a su marido que la abandonara cuando más lo necesitaba, y aunque nunca quiso que su hija rompiera la relación con su padre, ella no quiso volver con él y se quedó en el pueblo viviendo en la Casona Amarilla. Viviendo de la venta de los cultivos ecológicos que ella misma cultivaba,  elaboraba y conservaba para luego venderlos a tiendas especiales.

El tiempo pasaba lentamente, y llegó el verano... Una noche que Celeste no podía dormir por el calor, salió al porche de la casa, y se quedó parada detrás de las cortinas cuando oyó voces, pudo distinguir que en el grupo de personas, iban: el alcalde del pueblo, el sargento de la guardia civil y otros vecinos... que ella conocía, perfectamente.
Allí, escondida, pudo ver como los vecinos del pueblo se acercaban al río, e iban camino del Charco del Arenal.
A ella, le pudo la curiosidad, no se explicaba donde podían ir a esas horas de la noche, y decidió
seguirlos.
La noche era muy clara y luminosa, había luna llena...
Los seguía a distancia. Ella conocía muy bien el terreno por sus numerosas visitas hechas a la zona, cuando buscaba a su hija.
Ellos hablaban acaloradamente y se les oía decir:
Nunca debimos hacer un pacto con ellos, esto hay que cortarlo de raíz, hemos sido unos miserables consintiendo, lo que hemos consentido... No pensábamos que pudieran llegar tan lejos... El muchacho, tenía razón, nos han engañado...
Ella, no entedía lo que decían, no sabía a qué se referían...

Cuando llegaron a la zona de la cueva, se detuvieron y esperaron, mirando las aguas... De repente salieron de las aguas profundas y oscuras unos enormes hombres renacuajos de cabeza gorda y cuerpos transparentes, como describió el joven vaquero.
Así que tenía razón el pobre Loquillo..., se dijo, Celeste, muy asustada.
Uno de ellos sopló con su enorme boca, y de repente se hizo una gigantesca pompa luminosa y transparente, que cubrió toda la zona, dejando dentro de ella al alcalde, al sargento Manuel, a los vecinos y a Celeste, también, que estaba escondida entre unas tamujas. 
Y, un enorme y atufante olor a cieno, inundó el ambiente.
Dos de los hombres renacuajos, los de más altura, se sentaron en los tronos que las aguas habían esculpido en el río en dos enormes canchos.
Impresionaban, allí, sentados majestuosamente..., con sus cuerpos transparentes, dejando ver todos sus órganos internos.
Los demás, los habitantes del pueblo, callados, permanecían inmóviles en la orilla, hasta que el alcalde habló:
-Nos habéis engañado, hicimos un trato, os permitimos tomar el oxigeno puro de nuestro río a cambio de vuestro gas natural, procedente del cieno. Pero no estaba en el trato que utilizarais a la niña, ni a ningún otro habitante del pueblo para nutriros vosotros...
-El secuestro de la niña, a vosotros no os incumbe, tenéis que devolvérnosla inmediatamente, es nuestro soplo de vida, sin ella desapareceremos en breve...
 Si no lo hacéis os atendréis a las consecuencias...
-Nunca, jamás, les traeremos a la niña. Rompemos el trato...
Renunciamos a vuestros crudos...

El renacuajo gigante se levantó del trono, y con un caracolillo blanco en la mano, fue poniéndoselo, uno a uno en la cabeza...de los allí asistentes.
-No me servís ninguno:
Prevaricador.
Mentiroso.
Cobarde.
Egoista.
Violento.
Especulador.
Envidioso.
Todos, todos estáis infectados de miserias humanas, todos menos la niña que era pura, y nos alimentábamos de su pureza, vitalidad y cándidez...
Vosotros, no nos servís para nada...
De repente, se acercó a Celeste: Y, ¿ésta quién es?
-Celeste, qué haces aquí? dice el alcalde.
-¿Qué, qué hago aquí? os he seguido, me habéis engañado...
-Nosotros no sabíamos nada del secuestro de la niña...
-Pero, habéis permitido que ingresaran en un psiquiátrico al "loquillo", sabiendo que podía estar diciendo la verdad...
El renacuajo gigante cogió a Celeste de un brazo, le puso el caracolillo en la frente, y le dijo:
Tú eres la única que me sirves...
-No vamos a permitir que os la llevéis, gritó el alcalde.

En esos momentos salió un precioso abejaruco de su nido en el barranco, voló hacía cielo y chocó con el pico puntiagudo con la pompa, que los tenía atrapados, y  la pompa explotó, dejando a todos los renacuajos gigantes tirados en el suelo, desinflándose cómo globos pinchados, y pegados a las rocas, se iban deshidratando.
Celeste corrió hacía ellos y los sumergió en el agua, al fin y al cabo sólo buscaban en los humanos un poco de bondad para poder subsistir.
No le pareció tan malo lo que buscaban los extraños seres: Bondad y amor
A lo mejor podían llegar un acuerdo con ellos, les explicó al alcalde y vecinos...
También convino con ellos que no diría nada, y no los denunciaría si sacaban al "loquillo" del sanatorio.




Fin.