sábado, 24 de septiembre de 2016

El vestuario






Fina  está secándose el pelo en el vestuario del gimnasio, y mientras aburrida, peina, su encrespada cabellera  anaranjada, observa de reojo en el gran espejo a las mujeres que a cuentagotas van llegando al habitáculo húmedo y un poco cochambroso.
Está bajando una señora de edad avanzada, unos cincuenta y tantos años tendrá...
Entrada en kilos, sobre todo de la cintura para abajo; vestida con mallas ajustadas y camiseta amplia. Baja sudorosa del gimnasio con la mirada despistada, su pálido rostro cansado y desencajado, el pelo rizado y sudoroso pegado a su guapa cara.
La dama anónima... mira a un lado y a otro, con sus ojillos transparentes, tratando de buscar un sitio discreto donde cambiarse, ajena a las miradas de las demás mujeres.
Encuentra sitio en el banquillo que está pegado a la pared, y se acomoda en un rincón, junto a una columna, donde apenas llega la luz.
Fina sigue luchando con su pelo encrespado e hinchado por humedad, hace que su cabellera cada vez sea más voluminosa. Se esfuma su rostro en el espejo, quedando sólo despejados, entre la maraña de cabellos rojos, sus observadores ojos que buscan, distraerse en el cristal empañado por el vaho.
Y..., de vez en cuando, mira a la mujer nueva, es guapa de cara, muy guapa, ahora sus mejillas aparecen sonrosadas y jugosas, por el enorme calor humano que hace en el vestuario y por los vapores aromáticos que salen de las duchas. Tiene enormes senos embutidos en un sujetador gigante de encaje de color carne; su piel blanca, tan blanca que sus venas azuladas parecen garabatos escritos en su cuerpo; también tiene enormes y dignas posaderas, púdicamente embuchadas en un enorme culot con estampado leopardino.
 Y sus piernas nacaradas están surcadas por la celulitis y por las escoceduras que le producen el roce entre ellas.
La señora se desviste sin levantarse del banquillo, mira a un lado y a otro temerosa de enseñar sus partes íntimas a las otras mujeres que, por otra parte, ellas, sin prestarle atención, desenfadadas, pululan desnudas o semidesnudas de las duchas al vestuario y del vestuario a las duchas.
Se coloca una enorme toalla alrededor de su cuerpo e intenta quitarse el sujetador haciendo malabarismo con las manos, con los tirantes y con la toalla..., incluso utiliza la boca para sostener la toalla...
¡Qué difícil lo hace!, piensa Fina, esta dama novata es peor que ella en sus primeras incursiones en el vestuario...
¡Ah! mira quienes entran ahora!
Son las tres féminas más veteranas del gimnasio: dos mujeres jóvenes que parecen gemelas y una tercera mujer que destaca por su altura y por su enorme cicatriz, formando un falso faldón alrededor de sus caderas. Es como si sus carnes flácidas estuvieran despegadas de su cuerpo y hubieran sido pacientemente pespunteadas después de extraer sus grasas en una liposucción. O puede que la cicatriz sea consecuencia de una operación grave, pero más parece que sea por estética que por otra cosa.
Esta mujer, piensa Fina, ha debido de adelgazar mucho porque sus carnes morenas se bambolean a su paso.
Su cara es hermosa, pero muestra una cara de mujer sufridora y preocupada, y no para de hablar. Sus ojos oscuros muy abiertos, con grandes ojeras, y siempre mirando en todas direcciones, como buscando con su mirada el asentimiento de todas las mujeres del vestuario. 
Se colocan en el mismo banco que la dama novata, justo en el extremo opuesto, a plena luz.
Se despojan de sus ropas de forma desenfadada. Su rango de veteranas lleva implícito que no sientan ningún reparo en mostrar a la luz sus cuerpos perfectos en el caso de las más jóvenes, o los pechos pequeños, ligeramente caídos y el pubis con faldón escrupulosamente depilado de la más mayor..., la cual les está comentando que se ha separado de su marido y que no quiere nada de la casa.
Ellas, le dicen que lo consulte con un abogado matrimonialista, ellas saben de buena tinta, que en esos momentos de ofuscación se suelen cometer errores de los que luego no vale arrepentirse.
Levanta la cabeza y con una sonrisa desafiante se encamina desnuda hacia las duchas con sus carnes despegadas del cuerpo como enaguas holgadas, y la siguen las otras dos pizpiretas empeñadas en programarle una cita con el abogado...
La dama novata no ha podido por menos de girar la cabeza y seguirlas con la mirada un poco estupefacta.
Fina hace un rato que ha terminado de secar su leonina melena..., limpia su cepillo de pelos dorados y los tira a la papelera, coge una goma elástica y se hace un recogido en la nuca, se acerca al banco pegado a la pared, se sienta hacia mitad aproximadamente, y desliza su toalla  hasta la cintura y comienza a darse los aceites hidratantes de manera suave y relajada, es uno de los mejores momentos del día después de su dura jornada de trabajo.
Y, la dama novata la mira de soslayo mientras se dirige hacia las duchas... enfundada en su enorme toalla, y Fina, con una mirada complaciente le esboza una media sonrisa de complicidad.
Siguen entrando en el habitáculo cutre y húmedo, mujeres jóvenes, menos jóvenes, maduras y muy maduras. Unas más desinhibidas que otras, más o menos afectadas por la "pudorosititis".
Todas, piensa Fina, al fin y al cabo mujeres preocupadas en mayor o menor grado por su aspecto físico y por su salud, con más o menos kilos, con más o menos flacidez, con más o menos celulitis, con más o menos arrugas, reumáticas y artríticas, con más o menos operaciones de estética…, y con la ropa interior más o menos acertada...
Cree Fina, y puede que sólo lo crea ella, que no hay nada más que le preocupe a una mujer que la opinión de otra mujer sobre su aspecto físico.
Sólo las jóvenes, liberadas de prejuicios, da igual que tengan los cuerpos perfectos o no… son las que suelen cambiarse en los bancos que están ubicados en el centro del vestuario.
No hace lo mismo  Fina que habiendo pasado ya su gran periodo de novata en el vestuario del gimnasio sigue cambiándose de cara a la pared, en el lugar con menos luz, vistiéndose y desvistiéndose sin mirar a su alrededor…, aunque ya haya desterrado la toalla a la hora de vestirse, desvestirse y aplicar sus cremas.






 

2 comentarios:

EPÍFISIS dijo...

Brigi, este relato me ha perturbado, pues parece que la tal Fina padece de un inicio de voyeurismo, por cierto muy frecuente en piscinas y gimnasios.
De otro lado, el dibujo, he creído ver en un momento, varices como chistorras, cicatrices de cesáreas, cuerpos mórbidos o secadores de pelo de forma fálica.
En fin y para terminar, porque Fina tiene el pelo anaranjado como mi cuñada?.
Beso aséptico, ja ja

Brígida Seguín Hernández dijo...

Epífisis no seas tan retorcido, jajaja...