martes, 1 de septiembre de 2015

A cuatro amigos placentinos.




Sería por el año 1970, cuando teníamos 16 años, no sé cómo, ni de qué manera, ese verano cuatro chicos de Plasencia, un año o dos mayores que nosotras, irrumpieron en nuestras vidas y nos trataron como a princesas, y nos hicieron pasar los veranos más divertidos y felices de nuestra juventud.
Formábamos la pandilla: ocho chicas, mi chico de Zarza y los cuatro amigos de Plasencia.

Con estos cuatro estupendos amigos, quedábamos todas las tardes en la charca de Ros, o en el río  en la zona de  los Retamales...
Pasábamos allí las  tórridas y somnolientas tardes estivales: bañándonos, hablando de películas, de libros, contando chistes y escuchando música de Serrat y de los Beatles en un radio cassete, que traían ellos.
Cada tarde, para ellos, venir a Zarza suponía una aventura... venían en moto o hacían "dedo", y a veces regresaban a Plasencia  por las noches, caminando a la luz de la luna.
No había una tarde que no aparecieran, de una forma u de otra.: unas veces el sonido estrepitoso de las motos y otras sus risas, nos alertaban de que ya estaban cerca... y nos apabullaban con su luz, su alegre concepción de ver la vida...
 Los fines de semana montaban una tienda de campaña en los Retamales, y nosotras les llevábamos la comida, poca cosa, los pobres pasaban unas buenas "gargucias".
Eran los cuatro... totalmente diferentes: en físico, en carácter y en formación; pero eran uña y carne.
Y, todos, tenían su parte de protagonismo, ninguno hacía de menos al otro...
Absolutamente "todo" era compartido: dinero, comida, libros, discos, etc.
 Eran cuatro chicos felices, encantados de habernos conocido, y nosotras encantadas de la misma manera...

Por las noches, quedábamos en una cafetería: el Cisne Negro, y jugábamos grandes partidas de ping pong, también a las cartas, a los dardos...
 Detrás del negro biombo, fumábamos como corachas, reíamos, hablábamos, cantábamos, y éramos muy dichosas con ellos, porque además de divertidos eran chicos cultos y educados, que nos trataban con mucho cariño y gran respeto.
Algunos se emparejaron durante algún tiempo, más tarde lo dejaron..., y otros continuaron con la relación, se casaron y tuvieron hijos.
Al acabar el bachillerato y comenzar la carrera, nos desperdigamos cada uno por un sitio: Madrid, Salamanca, Alicante, Plasencia, Cáceres, excepto dos parejas  que continuábamos viéndonos en Madrid.
Casi todos los sábados, después de ir al cine de la sesión de tarde, íbamos a la cafetería Pick que estaba en la  Gran Vía, merendábamos cafés con tostadas, y comentábamos la película que habíamos visto y después jugábamos a adivinar personajes...
Cuando ya entramos a formar parte del mundo laboral, nos alejamos y  nos distanciamos bastante... pero en el fondo, siempre, hemos seguido queriéndonos.
Ellos, al igual que nosotras, se casaron, tuvieron hijos, y supieron hacer felices a sus parejas y a sus hijos.

Esa etapa de nuestra vida, es difícil de olvidar... y gracias al empeño de uno de estos amigos placentinos, que tiene un gran sentido de la amistad, muy cariñoso y bueno, volvimos a reencontrarnos todos en Zarza, comimos juntos, y lo pasamos fenomenal recodando tiempos atrás...

Pero desgraciadamente, la salud no ha sido buena compañera de nuestros amigos y en un corto periodo de tiempo, dos por enfermedad y otro por un desgraciado accidente, ha dado lugar a la pérdida irreparable de tres de ellos: Andrés, Perales y Jose Luis.
Esto unido a la desaparición de dos nuestras inolvidables y queridas amigas: Loli y Consu, ha hecho que la pandilla se haya quedado bastante coja porque se fueron no habiendo pasado de los sesenta...
El único consuelo que nos queda es pensar que aunque los tres se fueron tempranamente, como dice la canción de Serrat, vivieron una vida intensa y creo que muy felices.
Esta publicación se la dedico a Richard, (chico placentino) porque es el que más ha sufrido, viendo como de forma inesperada ha perdido a sus tres amigos.






2 comentarios:

EPÍFISIS dijo...

Sin conocer la pandilla, los he reconocido en las vivencias que durante esos años tuvimos los de nuestra generación. Sin querer parecer el abuelo cebolleta y que cualquier tiempo pasado fue mejor, lo único cierto es que la juventud actual no ha podido disfrutar de la nuestra.
Bonito homenaje a esos amigos y amigas, es lo que tiene vivir más que ellos, sentir su pérdida. Un epitafio digno de una escritora como tu.
Un beso Brigi

Luz rodriguez dijo...

Yo no viví esos años con vosotros, y solo conocí a uno de los chicos y a una de las chicas que han fallecido. Siempre he pensado que cuando se es viejo, y se te van muriendo los amigos y las personas de tu edad, debe de ser muy triste, pensando que pronto te va a tocar a ti...
Pero cuando eso ocurre siendo relativamente joven, es mucho más triste todavía.
Es un bonito recuerdo para los que faltan, y un animo para sus familias y seres más queridos.
Me he emocionado, a pesar de no haberlo vivido.