jueves, 1 de septiembre de 2011

LA MELANCOLÍA DE SEPTIEMBRE





El mes de septiembre en Zarza me encanta porque bajan las calorinas y se puede empezar a dar grandes paseos y caminatas.
El sol te calienta pero no quema y el cielo brilla con una luz limpia y clara..., y hace que luzcan los caminos blancos que nos llevan a los encinares, que pardean en el horizonte.

Sólo hay un inconveniente y es que  todavía en este mes las moscas están rabiosas, pican y revolotean a tu paso por el campo  y tienes que ir dándote tortazos en los brazos,  piernas y espaldas para espantarlas.

En septiembre Zarza huele a tabaco fresco colgado en los secaderos.
Me gusta... el olor que desprende el tabaco verde, colgado con cuerdas en "puas" de las vigas de madera en los secaderos de tabaco.

Al pasar por la puerta huele a limpio y desprende un aroma a verde y  frescura húmeda.

Cada vez  se siembra menos tabaco en Zarza, me comentaba un día un amigo que les valen muy caras las semillas y que el tabaco necesita muchos cuidados y riegos y si no fuera porque toda la labor la hace toda su familia no sacarían ni "pa" pipas.

En el invierno ponen los semilleros, en primavera la siembra, en verano, cuidan y miman al tabaco, le cortan las flores, protegen las plantas de toda clase de insectos y lo riegan para que crezca y dé hermosas hojas y unos días antes de San Ramón el 31 de agosto cortan el tabaco.

En los años 50 y 60 casi todos los habitantes de Zarza, por estas fechas "estaban a tabaco", es decir iban a cortarlo.
En el pueblo había un ir y devenir de carros tirados por mulas llenos de tabaco.
En casi todas las calles del pueblo había un gran corralón o secadero de tabaco.
Las mujeres subidas al carro les daban a los hombres las ramas y ellos subidos en largas escaleras de palo  los iban colgando en los entramados de vigas de madera de chopo y cuerdas de pita, para que se secaran.
Más tarde, en el otoño tardío, con las hojas ya secas, las mujeres, sentadas en tajos o sillas casi enanas, iban quitándoles las hojas al tallo o palo de tabaco.
Seguidamente las humedecían con agua y posteriormente hacían la labor de "amanillar" el tabaco.
Para lo cual se necesitaba ser experta y con mucho tacto y cariño iban envolviendo y liando las hojas, formando como un gran puro.
 Todas estas "manillas"las juntaban en un grandes fardos y por último lo llevaban a la tabacalera de Plasencia.

En Zarza hemos crecido con el olor a tabaco fresco y casi todos los chicos y chicas de mi época hemos encendido un gran cigarro, que liábamos a escondidas en el "sobrao" y hemos dado una buena calada a ese puro casero y hemos echado las tripas a continuación.

En las inmediaciones de los secaderos o corrales se formaban grandes montañas de palos de tabaco y los niños cogíamos dos palos: uno que hacía de caballo y otro que era la lanza y jugábamos a indios y vaqueros y preparábamos buenas "tremolinas".

También en septiembre nos llegaba la morriña y la melancolía de tener que dejar el pueblo para irnos a estudiar fuera y así finalizaba un verano  más y esperábamos con ansias las ferias de octubre para volver al pueblo.






4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola , ya echabamos de menos los grandes relatos !
Ese olor del tabaco me trae grandes recuerdos , gran labor y esfuerzo , lo he vivido con mis amigos Angela y Joe .
Besitos.

Brígida Seguín Hernández dijo...

Chiche, confiesa:
¿Tu también te has liado un cigarrilo con hojas secas del tabaco de Zarza?
Un besote

luz rodriguez garmon dijo...

A mí también me trae muy buenos recuerdos la época del tabaco. Como nosotros vivíamos en el campo, teníamos un "mediero" que en el verano se instalaba con su familia (mujer y 7 u 8 hijos) en el enorme secadero que había en la finca. En un extremo del mismo organizaban el "hogar". Unos colchones hechos con hojas secas de maiz, y una lumbre en el suelo donde todos los días se cocinaba el cocido, prácticamente él solito, mientras que la familia se iba a trabajar al campo a las labores del tabaco. Yo jugaba con los más pequeños y después de comer nos íbamos a la "regadera" (pequeño riachuelo)que corría cerca de casa y allí fregábamos el puchero del cocido, los cubiertos,,, con un fregón y el jabón casero y si estaba pegado, le frotábamos con arena. Al hermanito más pequeño, también le "fregábamos" con el mismo fregón, pues a esas alturas del día el niño tenía unos chorretes de jugar por la tierra y comer las rajas de sandías a mordiscos...
Vaya este recuerdo como homenaje a esas familias que vivían así "su verano".

Brígida Seguín Hernández dijo...

Luz,!pobre niño¡Ledejarías mas tiznao que el puchero.
Te voy a nombrar colaboradora.....
Si no te importa.
Besitos