lunes, 16 de mayo de 2011

SAN MIGUEL (6)



 


               
   Mis abuelos, en la puerta de la casa de San Miguel.



Seguimos en primavera en San Miguel. Ahora las encinas se visten de gala, con su manto dorado, color, que le dá la “candelita”, flor de la encina, diminutos racimos de granilla dorada, que más tarde se tornarán de color pardo y a continuación saldrán las apreciadas bellotas.
 Es su momento más llamativo, pasan de  la sobriedad y austeridad del frío invierno a la calidez y ternura que la candelita, junto a las diminutas hojitas  de color verde lechechoso, le proporcionan  al  encinar.




 Atrayendo a insectos de toda clase, a los cuales los lagartos que han salido se su hibernación atrapan con su lengua, y a todo tipo de pajarillos, cuyo zumbido y canto te invitan a echarte una siestecita en las verdes praderas que se forma bajo sus ramas.

Una de los lugares más atractivos en San Miguel es el arroyo, bueno era, porque con la canalización se lo cargaron. Al ahondarlo se cargaron los barrancos y las orillas de graba y arena que te daba cercanía y proximidad al arroyo.



MONTSE, TERE, LOS ABUELOS, MAXI, CHELO, MARTINA Y BEATRIZ



Justo delante de la casa, pasado el pozo estaba la zona más ancha del arroyo. Y más somera, se podía pasar a la otra orilla pisando en  unas piedras que mi abuelo  había puesto allí.
En la orilla había encinas, grandes tamujas donde mi tía tendía la ropa a solear ( En aquellos tiempos se ponía la ropa blanca a solear, el radiante sol blanqueaba la ropa que, anteriormente se había enjabonado con el jabón casero  y restregado en el lavadero) .
Había que tener cuidado con la candelita, ya parduzca, que no le cayera encima, pues desteñía la ropa de color marrón.
Una vez ya soleada la ropa se recogía y se le daba otro jabón y después se aclaraba y se volvía a tender en la tamujas para que se secase.
Eso..., si que era blancura..,. y no como sale la ropa blanca de lavadora, que parece que está percudía...

A la orilla y en medio del arroyo había muchas junqueras, unos juncos eran  de tallo redondeados y finos, y otros eran más largos, gruesos y con aristas.
Con los juncos hacíamos largas  trenzas y nos las colocábamos en la cabeza junto a una pluma de pavo y simulábamos ser  la guapa mujer india de las películas del oeste.
También intenté muchas veces hacer una cestita con los juncos, pero tengo que confesar que nunca lo conseguí, y mira que lo intenté, pero no pasé del fondo.

Aquí, en este paraje tan bucólico, mientras mi tía Vale estaba en el lavadero, deslomada,  restriega que restriega la ropa, nosotros,  enredábamos, tirando piedrecitas en el agua a los aclaraguas, murgaños de largas patas que corrían por la superficie del agua a gran velocidad.
O, intentando coger las ranas, que difícilmente se dejaban atrapar.
Y, por otro lado, temerosos, de las sanguijuelas, que se te pegaban a los pies o a las piernas y no había manera de despegarlas. Cosa que a mí me ponía histérica.
Otra cosa que me ponía histérica era cuando mi primo Florín o Perico cogían una culebra de agua y haciéndose los graciosos no las tiraban a las piernas.
En ese instante corría descalza por el arroyo y como las piedras estaban llenas de pechín  y de aovas verdes, te dabas un buen resbalón y acababas de bruces en el arroyo, toda mojada, con sanguijuelas chupándote la sangre y la culebra encima de tu cabeza.
Aún así, nos lo pasábamos muy bien, sobre todo..., cuando estos dos elementos no intervenían.
Tengo que decir que mi primo Perico es ahora un respetable y responsable padre de familia y muy  cariñoso; siempre que me ve... para el coche, (siempre va en coche, yo no le veo nunca andando por el pueblo...) y me dice, sonriendo ¿Qué tal prima?.
Y, yo veo ahora unos grandes ojos verdes amielados llenos de dulzura y me pregunto:
¿Dónde estará aquella mirada... que te atravesaba antes de darte una buena guantaaaa?.
De Florín nunca más se supo desde que se murió mi abuela no le hemos vuelto a ver el pelo.


                                       

 En este estado está actualmente el arroyo, nada que ver con nuestro querido arroyo.

Ahora, en primavera, empezábamos quitándonos las sandalias y metiendo los pies en el agua, arregazándonos el vestido hasta la cintura y acabábamos mojados hasta la cabeza.
Antes de irnos  para casa poníamos la ropa a secar en las junqueras y jugábamos en el arroyo en bragas y camiseta.
Ya un poco más adelante, nos quitábamos toda la ropa y nos bañábamos en los charcos más profundos. Nunca solos,  siempre acompañados de las sanguijuelas, libélulas y caballitos del diablo de bonitos colores irisados, culebras,  galápagos, ranas, renacuajos y pececillos que si te quedabas quieta en el agua te mordisqueabas los dedos de los pies.
Yo aprendí a nadar aquí, tirándome desde un barranquillo desde la otra orilla. Ayudada
de un corcho grande y que además  nos servía de barca.
 El corcho, era de alcornoque, nos lo dio mi abuelo, y hacía las veces de flotador, que antes no había.

Otra diversión en el arroyo era intentar atrapar a un abejaruco, el abejaruco es un bonito pájaro de colores que hace su nido en los barrancos del arroyo, haciendo un agujero profundo en el barro arcilloso.
Con una cerilla prendíamos fuego a un manojo de hierbas secas y como los niños de mi época eramos un poco crueles y salvajes acercábamos la paja echando humo al nido del abejaruco, para que el pobre pájaro al perder el oxigeno, saliera volando y en ese instante nosotros, con las manitas puestas en el agujero, lo atrapábamos.
No os preocupéis que nunca, por lo menos yo cogí un abejaruco y mira que me quedé con las ganas, pues eran preciosos.




                    FOTO CEDIDA POR JUAN CARLOS CAMBERO


También, nos podíamos pasar una tarde  entera saltando de una orilla a la otra y más de una vez caíamos al agua en el intento.
Él que se lleva la palma de oro en caídas al arroyo es mi primo Miguel Angel.
La más sonada fue cunado se cayó en pleno invierno, estábamos todos cruzando por encima del grueso carámbano, cuando llegó él y se puso a cruzar, en esos momentos se partió el carámbano y se cayó al agua y lo sacamos por los pelos. Es posible, que además  del susto de la caída, recibiera una buena azotaina.
En primavera, le decían Lin, Carlos, Tere y Roberto :
-Miguel Angel, cruza, cruza, por ahí..., pisa encima de esas hierbas verdes con flores y él que no se percataba que las hierbas verdes que le indicaban eran ahovas verdes, que no están en superficie, sino que están flotando en el agua, pisaba y se hundía.
Y entonces llegaba el momento de la  exacerbada crueldad infantil:
Miguel Angel se ha caído otra vez en el arroyo..., Miguel Angel se ha caído otra vez en el arroyo...
Pero él, que ante todo, siempre ha tenido y tiene un gran sentido del humor, nunca se enfadaba.
Es más, se reía de la jugada maestra de los otros elementos. 






Continuará

2 comentarios:

chus dijo...

Jo, Brigi, que bonito, eres estupenda.

Brígida Seguín Hernández dijo...

Gracias, Chus, me alaga tu comentario,sabiendo lo exigente que tu eres, me da fuerzas para continuar....
Besitos